jueves, 18 de octubre de 2012

Otoño


Aun no hemos pasado lo peor.

Y en nuestra mente aun bulle la diversión, las tibias y alegres noches ya pasadas, los tiempos en que las mayores preocupaciones eran el llegar a tiempo al esparcimiento con los amigos. Aun resuenan en nuestros oídos las alegres risas que nos recuerdan a tiempos mejores, vuelven a sonar en nuestras mentes las animadas canciones que nos han acompañado, las notas que han servido de banda sonora de aquella parte de nuestra vida que vemos pasar, y ya parece que fue hace siglos, y que ha durado tan poco. Aun podemos ver con la claridad de un cristal las sonrisas, los juegos, los colores, el brillo del sol, las nubes de algodón que ofrecían cobijo ante el sofocante calor. Nuestros dedos aun tocan un frío refresco que servía de oasis en medio de nuestro retiro espiritual, aun rozan el placer de sentirse libre. Aun tenemos presente el olor del café recién hecho por las mañanas, cuando no había que madrugar, cuando todo parecía perfecto, aun aquella cena con verdaderos amigos vuelve una y otra vez a nuestras bocas.

Pero eso ya ha pasado, ha pasado y solo ha dejado recuerdos, sensaciones. Nuestros sentidos aun pueden alcanzar aquellos días. Sin embargo, se fueron. Se fueron y jamás volverán. Ahora los árboles se preparan, los animales se disponen a refugiarse. El calor dejó paso al viento, el amarillo al marrón, la libertad al recuerdo, la vida abundante a la preparación para no morir. La exultante vitalidad ha menguado, se ha reducido, ya no se ve, y solo podemos decir que va a morir. Ya solo nos queda la memoria, ya solo nos restan los recuerdos de aquellos sentidos impactados por el colorido, los gritos alegres, los olores de libertad, la sensación de paz, los sabores que solo pueden dejar los mejores momentos.

Porque lo que tenemos delante es mucho más difícil. Incluso estos días de preparación pasarán, cederán ante el inexorable avance del frío glaciar, de la soledad, de la melancolía. Llegarán esos momentos en que ya no notemos tan cerca aquello que nos gritaron nuestros sentidos, llegará el día en que la apatía, la gelidez, la sombra de una muerte atroz pasará por entre nosotros y nos preguntemos si esos tiempos fueron reales, si no podría ser que un malvado genio nos engañara y nos hiciera ver, oler, sentir, oír y gustar una realidad que más bien era irrealidad, una vida que más bien era un sueño, un sueño malvado y atemporal. Llegará el momento en que nuestros entumecidos dedos apenas sean capaces de sentir aquello que tocan, en que el aterido azul que veamos nublará nuestros ojos y nos impedirá acceder a los amarillos recuerdos, incluso a aquellos marrones que ahora son tan reales, llegará el día en que nuestras lenguas ya no puedan saborear la dulzura de la vida, porque sencillamente no la encuentren en ninguna parte. Llegará el momento en que todo el olor que nos llegue sea el de la madera quemada, el de la muerte, el de la perdición. Llegará el día en que las canciones felices, en que las risas de los pequeños, en que las voces amigas cesarán y no serán sino la sombra de una ilusión. Llegará el día en que la muerte llame a tu puerta,  en que solo veamos la desilusión a nuestro alrededor, en que la vida parezca despachada, claudicada. En que el blanco manto lo cubra todo, y no distingamos brotes verdes. Ese día llegará.

Y entonces será cuando nos daremos cuenta de lo que realmente era importante. Entonces entraremos en razón sabiendo lo que de verdad era nuestro, y lo que era de alquiler. Ese será el momento en que veremos con diáfana claridad que no solamente teníamos el arma del recuerdo para seguir adelante. Será entonces cuando nos daremos cuenta que tenemos una esperanza, una creencia en la promesa, la seguridad en aquello que, aunque ya habíamos visto otras veces, se nos olvida tan fácilmente. Entonces comprenderemos que aun más fuerte que el recuerdo, aun más poderosa que la memoria, es la esperanza. Nos daremos cuenta que el manto blanco se va, que el frío desaparece, que la vida vuelve a su camino. Nos daremos cuenta que aquello que pensamos que nos mataría no lo hizo, pasó, llamó a nuestra puerta, nos amenazó y nos hizo más fuertes. Volvió a poner nuestros pies en el suelo, volvió a recordarnos el por qué de nuestra vida. El viento que pensamos que nos destruiría, solo vino para hacernos crecer.

Y después llegará el verde. Después volverán los cantos de las aves, cuando pensemos que se acabó, cuando descubramos que al fin hemos sobrevivido, veremos la luz de nuevo. Nuestra piel volverá a sentir el entrañable beso del sol. Nuestros ojos se volverán a deleitar contemplando los juegos de los infantes. Nuestros oídos se desperezarán de nuevo para escuchar la belleza de la vida, para disfrutar oyendo cómo suenan los tiempos mejores. Volveremos a oler la fragancia de las flores que vuelven a nacer entre la nieve que se derrite. Nuestras bocas disfrutarán con los gustos más dulces que nuestra razón puede entender. Y entonces sentiremos que de verdad estamos vivos, que realmente hemos pasado la prueba, que los malos momentos merecieron la pena, que la vida bien merece la muerte.

Posiblemente el recuerdo te martirice, mine tu moral, sabiendo que los tiempos buenos han pasado, que lo mejor ha quedado atrás. Posiblemente lo peor esté aun por llegar, puede ser que lleguen días en que la vida parezca escaparse, en que la ilusión desee huir por la puerta de atrás sin dejar rastro. Pero no te quedes en el recuerdo, no solo con la memoria, ten esperanza. Vendrán tiempos mejores, en que veas todo esto y lo que venga como un ejercicio que te ha hecho más fuerte, vendrán días en que la vida vuelva a gritar con el canto más hermoso que hayas oído jamás. Vendrán días en que sepas qué es lo realmente importante, y puedas darle la consideración que se merece. Porque si lo malo puede guiarnos de lo bueno a lo mejor, bien merece la pena arriesgar.

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