lunes, 18 de junio de 2012

José VII: El regreso de los hermanos


El trigo de Egipto era tanto que no había ya ni un lugar donde guardarlo. La eficiente gestión de José había hecho que no se perdiera nada, que no se malgastara, que no se consumiera más de lo necesario, porque sabía lo que iba a venir después.

Durante estos 7 años de ingente prosperidad, José tuvo 2 hijos, Manasés y Efraín. Todo Egipto le apreciaba, le respetaba. Nadie había sobre él salvo el rey. Estos 7 años consiguieron que José se olvidara de las penurias pasadas en aquella cisterna, en su periodo de esclavo y en prisión, cada una más injusta que la anterior. Pero todo le había llevado hasta allí. Tenía todo lo que siempre soñó, sus sueños se estaban cumpliendo, y lo mejor de todo, tenía un propósito. Y no era menos que el de salvar la vida de miles y miles de personas. Para eso estaba allí. Era consciente y trabajaba para ello.

Pero la prosperidad pasó. José cumplió sus 7 años como gobernador de Egipto. Y las vacas flacas comenzaron a devorar a las gordas, despiadadamente. El primer año de escasez llegó, llegó con toda su furia. El sol fue más abrasador de lo que nunca fue, el cielo no regaló una gota, la tierra se secó y se agrietó. Ni un grano de trigo produjo toda la tierra. Hasta tal punto que el grano faltó por todo Egipto, y la gente tenía hambre.

Entonces, viendo la escasez de su pueblo, Faraón proclamó un edicto para que todo el que quisiera trigo, que acudiera a José, y que hiciesen todo lo que él les dijere. Y José comenzó a administrar el grano que había guardado durante los años en los que el campo produjo de sobra.

Y así estuvo atareado José administrando el grano que habían guardado, para que no faltase para los 6 años que aún quedaban por llegar. Cada día eren miles los que se presentaban para comprar algo que comer.

Y llegó un día en que le dijeron a José que un grupo de hebreos habían venido para comprar comida, pues el hambre había llegado hasta allí, así como las noticias de que en Egipto había pan. No podía ser. ¿Sería posible que entre aquellos hombres hubiera alguno de sus hermanos? ¿Quizá hasta su padre? No, no podía ser, su padre, si es que aún vivía, sería muy anciano ya para bajar a Egipto a comprar comida. Ordenó que se presentaran personalmente ante él y que viniera un traductor para hablarles en Egipcio y que el traductor se lo tradujera a hebreo, para que no le reconocieran.

10 hombres, vestidos de aquella forma que tanto recordaba José por su niñez, entraron al patio donde José les iba a recibir. Fue reconociendo las caras. Todos sus hermanos estaban allí, todos. Tragó saliva. Estaba preparado para salvar la vida de miles, pero no estaba preparado para afrontar aquello. Le temblaban las manos, le temblaba hasta la voz.

- ¿De dónde habéis venido, extranjeros? - José intentó mantener toda la dignidad que pudo, hasta le pareció que les habló demasiado severamente.

Fue entonces cuando casi se cae para atrás. Uno tras otro, antes de abrir la boca, sus hermanos se arrodillaron ante él, exactamente de la misma manera en que lo habían hecho en su sueño tantos años atrás.

Rubén habló – Mi señor, hemos venido desde la tierra de Canaán, hemos oído que en Egipto había alimentos para comprar, así que para eso hemos venido. - En ningún momento alzó la vista, permanecían arrodillados, humillados ante él, y ni siquiera sabían quién era.

- Desde que habéis entrado por esa puerta, he sabido lo que erais. - José alzó la voz tratando de disimular el temblor. - ¡Espías! Habéis venido desde otras tierras para reconocernos y ver de qué manera podréis robar las riquezas de Egipto.

- ¡Pero mi señor! - Rubén alzó por un segundo los ojos y su mirada se chocó con la de José por un instante. - ¡Tiene que creer a sus siervos! Hemos venido a comprar alimentos, de verdad. Todos nosotros somos hijos de un varón hebreo, de muy buen nombre. Somos 12 hermanos, aunque uno desapareció hace ya mucho, y el otro es demasiado joven, y nuestro padre no le ha dejado venir.

José volvió a dar un paso atrás, le había dado otro vuelvo al corazón, ¡tenía un hermano pequeño más! - Está bien. De acuerdo. - José comenzó a tramar un plan para conocer a su hermano pequeño. - Podréis llevar el alimento a vuestro padre y a vuestro hermano, pero con una condición. Solamente irá uno, el resto quedará aquí preso, hasta que ese vuelva con vuestro hermano pequeño, así sabré que estáis diciendo la verdad y que no estáis mintiendo.

Los hebreos se levantaron indignados, no podían creerse que se les estuviera tratando así. José los hizo encarcelar por 3 días. Al cabo de ese tiempo, fue a verlos a la celda donde estaban presosacompañados del traductor.

- Os dejaré que vayáis todos menos uno, y que llevéis los alimentos. Pero tenéis que traerme a vuestro hermano menor. Escuchadme, yo soy un hombre temeroso de Dios, podéis fiaros de mí. Cuando volváis con vuestro hermano pequeño, no sufriréis mal alguno, ni vosotros ni él, os doy mi palabra.

Entonces José ordenó que saliese el traductor para que se quedara solo con ellos. En ese momento aprovecharon sus hermanos para hablar entre ellos, pensando que Zafnat-Panea no conocía su lengua.

“Esta es la paga por lo que le hicimos a José.” “¿Os acordáis cuando gritaba y lloraba para que le ayudásemos, cuando le dejamos en la cisterna?” “Si pudiéramos volver a atrás...”

Entonces José no pudo más. A punto estuvo de explotar delante de ellos. Rápidamente se dio la vuelta y salió de la celda. Comenzó a llorar, como hacía mucho que no lloraba. El ver a sus hermanos arrepentidos delante de él fue más de lo que pudo soportar.

Sus hermanos salieron, se llevaron el grano y volvieron a su tierra dejando atrás a Simeón. José ordenó que les dejaran el dinero que habían traído dentro de los mismos sacos en que se llevaron los alimentos para devolverselos.

Ordenó que se tratara dignamente a su hermano Simón, y aguardó impaciente, mientras seguía con la responsabilidad de alimentar a un país, esperando la vuelta de sus hermanos, además del que no conocía. Parecía ser que no solamente había pasado todo aquello para salvar la vida de miles de egipcios, sino que su propia familia iba a sobrevivir gracias a su tortuoso trayecto que le llevó a ser gobernador de la mayor nación del mundo.

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