jueves, 31 de mayo de 2012

SMILE


Hoy os dejo una preciosa canción que nos vendría muy bien escucharla a todos en los momentos en que pensamos en tirar la toalla. 
Dedicada especialemente a ti, que estás pasando por un mal momento.
¡¡Sonríe!!

Smile, Kirk Franklin

(Dedico esta canción a la recesión,
depresión y al paro.
Esta canción es para ti.)

Hoy es un nuevo día, pero no hay arco iris.
Nada salvo nubes, y está oscuro en mi corazón
y parece una noche fría.
Hoy es un nuevo día, pero, ¿dónde están mis cielos azules?
¿Dónde está el amor y la alegría que me prometiste?
Dime que todo está bien.

(Seré honesto contigo)

Estuve a punto de abandonar, pero un poder que no puedo explicar,
cayó del Cielo como la lluvia.
(Cuando pienso en lo mejor que voy a estar, es cuando ya se ha acabado)

Sonrío, incluso cuando me duele ver, sonrío,
sé que Dios está trabajando, así que sonrío.
Incluso cuando he estado aquí bastante tiempo
(¿Qué haces?)
Sonrío, sonrío...
Es muy difícil mirar hacia arriba cuando has caído tan abajo.
Seguro que odias verte tirar la toalla ahora.
Estás mucho más guapo cuando sonríes, 
así que sonríe.

(No todos los días serán perfectos, 
pero esto no quiere decir que cada día no tenga un propósito)

Hoy es un nuevo día, pero no hay arco iris.
Nada salvo nubes, y está oscuro en mi corazón
y parece una noche fría.
Hoy es un nuevo día, pero, ¿dónde están mis cielos azules?
¿Dónde está el amor y la alegría que me prometiste?
Dime que todo está bien.

(La verdad es...)
Estuve a punto de abandonar, pero un poder que no puedo explicar,
cayó del Cielo como la lluvia.

Sonrío, incluso cuando me duele ver, sonrío,
sé que Dios está trabajando, así que sonrío.
Incluso cuando he estado aquí bastante tiempo
(Aún así)
Sonrío(Aleluyah), sonrío...
Es muy difícil mirar hacia arriba cuando has caído tan abajo.
Seguro que odias verte tirar la toalla ahora.
Estás mucho más guapo cuando sonríes.

Sonríe... por mí.
Tú puedes simplemente sonreir... por mí.
(Donde sea que estés ahora mismo)
Sonríe... por mí.
Tú puedes simplemente sonreir... por mí.

(Y ahora la gente dice...)

Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
(Y mientras esperas...)
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
(Y mientras oras)
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
(Mira el espejo)
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
(Recuerda siempre)
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Sonríes.


Estuve a punto de abandonar, pero un poder que no puedo explicar,
cayó del Cielo como la lluvia.

(Situaciones duras, dificultades, lágrimas...
Esto es lo que yo hago)

Sonrío, incluso cuando me duele ver, sonrío,
sé que Dios está trabajando, así que sonrío.
Incluso cuando he estado aquí bastante tiempo
Sonrío, sonrío...
Es muy difícil mirar hacia arriba cuando has caído tan abajo.
Seguro que odias verte tirar la toalla ahora.
(Porque eres un ganador)
Estás mucho más guapo cuando sonríes.
Así que sonríe.

Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...
Ohohoh, estás mucho más guapo cuando...


(No solamente quiero que seas feliz...
Quiero que tengas profunda alegría, 
porque nadie podrá quitarte eso.
Nos vemos,
 ¡¡¡SONRÍE!!!)

jueves, 24 de mayo de 2012

José V: El intérprete olvidado


Oscuridad. Vacío. Soledad. Humedad. Negrura. Desesperación. Frustración. Recuerdos. Incomprensión. Preguntas. Abatimiento. Incertidumbre. Muerte.

La celda oscura, vacía, húmeda. La negrura que hasta invadía el alma. La desesperación y la frustración de saber que no merecía estar ahí. Los recuerdos de un pasado que terminó y que nunca volverá. La incomprensión de todos, de sus hermanos, de Potifar, del carcelero, de sus compañeros de prisión. Las preguntas, los por qués. El abatimiento de ver cada día el mismo horizonte truncado por un imponente muro de piedra. La incertidumbre del mañana. El temor de la muerte, no de la suya, sino de la de su padre sin saber que su hijo aún vivía.

La cabeza de José bullía en pensamientos diversos, en la negrura de su situación, en la desesperanza de lo que había a su alrededor. Pero había un pensamiento que conseguía vencer a todos los demás. La esperanza. El saber que a pesar de todo, Dios sigue teniendo un plan. Aunque no entendiera nada, José seguía guardando su gran tesoro en forma de sueños en lo más profundo de su corazón, donde nada ni nadie se lo podría robar, a pesar de todo.

Así que, con la fuerza de su tesoro, José se esforzó en ser el mejor preso de todos, respetando a sus compañeros, buscando al dios de su padre aún en lo profundo de la celda, siguiendo siendo honrado, tratando de buscar fuerzas en medio de su situación para ofrecer una sonrisa a todos, incluido al carcelero, tan temido por todos.

Pero el jefe de la prisión vio con buenos ojos a José, y confió en él. Hasta tal punto impactó a aquel que todos temían, que le puso por responsable de todo el resto de los presos en aquel agujero donde eran echados los presos del faraón. Y no solamente esto, todos los presos vieron algo diferente en José, encontraron a alguien en quien confiar, de quien fiarse, un compañero agradable, sincero, completamente diferente a lo que habían encontrado, no solamente en aquella cárcel, sino en toda su vida, parecía como si José fuera alguien demasiado especial, demasiado diferente. Y el jefe de la cárcel dejó de preocuparse de lo que ocurría en la prisión porque sabía que en manos de José todo estaba bien.

Y aquella cárcel acogió a dos presos de excepción, el jefe de los coperos y el jefe de los panaderos de Faraón, el rey del mundo. Había habido un complot para atentar contra la vida del gran rey y ellos dos habían sido acusados y echados a la oscuridad de aquella prisión donde José era el preso-responsable. Allí, como el resto de los reos, vieron la diferencia en José y confiaron en él.

Y una mañana, José vio que sus dos insignes “invitados” estaban perturbados, que hablaban entre ellos con preocupación. José se acercó a ellos y les preguntó acerca de la razón de tanta preocupación. Habían soñado algo, cada uno un sueño diferente, y no sabían qué podía significar aquel sueño.

- ¿No están en manos de Dios los sueños y sus interpretaciones? – José habló al copero. – Cuéntame tu sueño, por favor.

- Estaba yo ante una vid que tenía tres sarmientos – comenzó el jefe de los coperos – y de los sarmientos parecía que iban a salir brotes. La vid floreció, y yo agarré las uvas que salieron, y las exprimí en la copa de Faraón, y le di la copa a mi rey.

José se paró a pensar. Sonrió cálidamente mirando al atribulado copero real. – Los tres sarmientos de la vid son tres días. En tres días el rey te hará volver a tu puesto de trabajo y a tu posición, y cuando vuelvas, te irá muy bien y servirás fielmente a tu señor. – El copero se llenó de alegría, le cambió la cara. – Pero te tengo que pedir un favor, cuando te vaya bien, cuando estés al lado de Faraón, por favor, háblale de mí. Háblale de que estoy aquí injustamente. Fui vendido como esclavo por mis hermanos, y echado a la cárcel por algo que no hice.

- Claro, amigo. Hablaré de ti a Faraón y te hará justicia. Si es cierto esto que me has dicho, en 3 días tu también saldrás de esta prisión.

El jefe de los panaderos, animado por la alegría que reinaba en el ambiente ante la interpretación de José tan benevolente con el copero explicó a José su sueño. – Yo soñé que tenía tres canastillos con pan sobre mi cabeza. En el más alto había de todos los manjares de Faraón, de las que hacemos los panaderos, y venían las aves de todos lados para comer de las delicias que había en el canastillo sobre mi cabeza.

La sonrisa de José cambió dramáticamente. Su semblante palideció como el de un muerto, apenas le salía la voz de la congoja. – Esto es lo que significa tu sueño. Los tres canastillos son tres días también. Dentro de tres días, te llamará Faraón para que salgas de este agujero, - Miró al panadero directamente a los ojos – y te hará colgar de un árbol. Las aves vendrán para comer tu carne. Lo siento.

El panadero, sin decir una sola palabra, agachó la cabeza. Los tres días siguientes los pasó sin emitir ni una sola palabra. Sabía que había cometido traición contra su señor, sabía que merecía que le colgaran, y sabía que José había interpretado correctamente su sueño.

Al cabo de los tres días predichos, tanto el panadero como el copero reales fueron sacados de la cárcel. El panadero fue ahorcado, tal y como José había dicho, y el copero fue restituido a su puesto. Con gran alegría volvió a sentarse a la mesa del hombre más poderoso de la Tierra.

Pero se olvidó de José. No le habló de la injusticia que le mantenía retenido en aquella cloaca. Y José se quedó atrapado en la cárcel que le oprimía, que le hacía ver el negro de la muerte, de la desesperación, de la soledad, de la humedad, de la frustración, de la incomprensión, de los recuerdos. Pero aún así mantuvo intacto su tesoro, permaneció fiel a lo que le había sido dado. Sabiendo que Dios tenía un plan, y que estaba en el camino perfecto para cumplirlo.

La esperanza continuaba teniendo más poder que la negrura, que la desesperanza.

Y continuaba preparando y manteniendo su vida para ese cambio que estaba en camino. Porque el sentido de su existencia, el resultado de sus padecimientos, la paga por su sufrimiento estaba en camino. Y ya no se haría esperar mucho más.

jueves, 17 de mayo de 2012

José IV: En casa de Potifar


“Dios tiene un plan, José, recuérdalo. Dios tiene un plan”.

Día y noche, en el largo, penoso, tortuoso y dramático trayecto hacia el país del Nilo, el joven no cesaba de recordarse a sí mismo aquello que anteriormente siempre le había ayudado. Ahora ya no le quedaba más que aquello, ya nada más que su esperanza. Ahora su túnica de colores estaba en su corazón, y tenía forma de sueños, de aquellos sueños que había compartido con su familia cuando la vida era más benevolente con él, cuando aún tenía algo más, cuando algo tenía sentido. Y ahora, cuando todo era incierto, cuando ya nada parecía guiarle a aquel sueño en que aún el sol y las estrellas se inclinaban ante él, cuando ya ni las lágrimas mitigaban el dolor de saberse odiado por sus hermanos, perdido de su padre, cuando ya no era nada para nadie, decidió que ese sería su tesoro. Que cada vez que la desesperanza pudiera con él, cuando ya nada mereciera la pena, se esforzaría por creer aquel sueño, aquella visión, aunque nada saliera bien, decidió recordarse en cada bache de la vida, en cada barranco, en cada desierto, que “Dios tiene un plan”. Y decidió que sería fiel guardián de su tesoro, y que, bajo ninguna circunstancia, nadie se lo robaría.

Fue vendido a la casa de un hombre llamado Potifar, oficial del Faraón. Era un hombre muy rico y poderoso, con varias decenas de esclavos en su casa. Aunque llegó cansado, delgado y con bastante mal aspecto después del viaje, José era un muchacho sano, fuerte y con buen cuerpo, no les costó mucho esfuerzo a los ismaelitas venderlo a tan digno comprador.

José se había criado en un campamento itinerante de pastores en Canaán, no estaba acostumbrado a las grandes y lujosas casas egipcias, con sus enormes y preciosas columnas, con aquellos patios de piedra labrada. Pero su padre, Jacob, tenía muchas reses, su rebaño se contaba entre los más impresionantes que había. Así que José vivió toda su vida acostumbrado a tener de todo, a ser servido, a ser el ojito derecho de su padre. Y ahora era un esclavo, debía trabajar día y noche, debía limpiar los excrementos de los demás, tenía que mantener aquella gran casa reluciente. Y él ni siquiera estaba acostumbrado a pisar suelos de piedra en grandes casas construidas, mucho menos limpiarlos. Pero él decidió hacerlo lo mejor que pudo, como si lo estuviera haciendo para su padre, más aún, como si lo estuviera haciendo para el dios de su padre.

Y cada día los suelos, las palanganas donde hacían sus necesidades, todas las estancias y todo aquello que habían puesto al cargo de José, estaba más limpio que había estado nunca. Potifar quedó impresionado con la dedicación de José, así que le puso a cargo de un grupo de otros esclavos, y José se lo tomó como un mandato de su amado padre, o de su poderoso dios. Y logró motivar a todos sus subordinados para que dieran todo lo que pudieran, de tal manera que la casa estuvo más limpia en su conjunto que el mismo palacio del Faraón. Potifar le puso también a cargo de la economía de su casa, agradado con los resultados del ascenso del hebreo, y José hico todo lo que pudo, sabiendo como sabía llevar la contabilidad por los años de experiencia en su casa de mano de su padre. Hizo todo lo que Potifar le ordenó como si siguiera órdenes de su padre, o más aún, del dios de su padre, siempre recordando que tenía un gran tesoro que guardar. Que si era leal en guardar y ser fiel con todo aquello que Potifar le otorgaba para que guardase, mucho más lo sería con el gran tesoro que el dios de su padre le había otorgado, para el cual realmente trabajaba, sus sueños.

Y así fue como, en el tiempo en que un esclavo normal se habitúa a aceptar que su vida ya no le pertenece, José había sido puesto sobre toda la casa de su amo, y Potifar le confiaba todo, de tal manera que ya solo se tenía que preocupar de comer y servir a Faraón en lo que le fuera requerido. Y haciendo esto, la casa de Potifar fue muy prosperada, y su riqueza fue multiplicada por mano de José, o más bien por mano del dios de su padre. Hasta tal punto Potifar confió en José, que se hicieron muy amigos, cosa que en todo Egipto jamás se había visto entre alguien de tanta posición como el oficial del rey y un esclavo.

Pero José, aunque cuando llegó tenía un aspecto lamentable, el trabajo en casa de Potifar, la buena comida que recibía de su amo, el haber sanado sus heridas y lavado la suciedad con que llegó, desvelaron al jovencito como alguien con un precioso cuerpo y muy hermoso a los ojos de las mujeres. El tiempo trabajando para su amo bastó para que el niño muriese y en su lugar se irguiera un hombre, uno de esos que las chicas se paran y se dan la vuelta para mirar mejor. Y Potifar estaba casado.

Desde que José comenzó a sobresalir entre los demás esclavos, la mujer de Potifar estuvo lanzándole indirectas para intentar cautivarle, pero él siempre había fingido no captarlas, no escucharlas o incluso había huido en alguna ocasión. Y las indirectas habían pasado a directas muy directas. Últimamente, las palabras “acuéstate conmigo”  de labios de la esposa de su amo, dichas al oído, se habían convertido en lo más normal del mundo. Pero llegó el día, cuando José estaba revisando el trabajo de sus compañeros y se dirigía al almacén para comprobar los víveres que quedaban, que se encontró, en medio de un pasillo, con su peor pesadilla, la mujer de su amo que le susurraba las palabras que tantas veces había escuchado. Miró alrededor, no vio a nadie, no escuchaba ningún ruido. Los esclavos estaban recogiendo el trigo en los campos de su señor, y Potifar mismo estaba en una misión con el ejército en el sur. Mientras ella se acercaba, la verdad es que la idea le atrajo. Nadie iba a pillarlos, nadie iba a sospechar nada. Incluso podría ser que aquella mujer, que no estaba nada mal, desde luego, terminara por envenenar a su marido y se quedaran juntos con todo, entonces sí que se iban a inclinar sus hermanos ante él. Ya estaba a apenas un paso, y él petrificado, con su mente bullendo ideas. Por un segundo todo pareció tener sentido, solo tenía que ganar con aquella proposición. Solo tenía que cerrar el puño, y todo sería suyo. Pero en ese momento recordó su tesoro, recordó que a quien él servía no era Potifar, era el dios de su padre, y ese amo le estaba viendo en ese momento.

¿Qué estoy haciendo?, ¿en qué estoy pensando? Mi amo me ha dado autoridad, me deja hacer y deshacer en todo en su casa porque confía en mí. Solamente no me ha dado potestad sobre su mujer, ¿cómo voy yo a traicionarle?

Y fue en el preciso momento en que ella alargó la mano para agarrarle del manto que lo cubría, que él echó a correr huyendo, no de aquella mujer, sino de él mismo, de la posibilidad de defraudar la responsabilidad que Potifar le había dado, pero más aún,de comprometer aquel tesoro que le había confiado Dios, ese que lo había mantenido con vida en los peores momentos de su vida, ese que le prometía tamaña grandeza. Y en aquella carrera se dio cuenta que la mujer no soltaba el manto, así que al poco se dio cuenta de que corría desnudo, huyendo, mientras que ella gritaba  sosteniendo su manto.

¡Socorro!, ¡José, el hebreo me quiere violar! ¡Que alguien me ayude! ¡Socorro!

Aquellos gritos resonaron en su mente mientras corría a sus aposentos. Fue a ponerse algo que ocultara su desnudez.

Pero aquellos gritos resonaron aún más en su mente cuando vio los grilletes atrapando sus manos, mientras todos le miraban con desprecio. Cuando su amo, conteniendo las lágrimas, había sentenciado que le encerrasen en prisión. Cuando le miró a los ojos, supo que Potifar le creía, creía que él no había hecho nada, conocía a su mujer y le conocía a él, si la hubiese creído, le habría sentenciado a morir irremisiblemente.

José había sido fiel, fiel con la casa de Potifar, todo había ido perfectamente, hasta el día en que se puso en prueba su integridad, hasta el día en que José fue verdaderamente fiel. Ese día su fidelidad se pagó con la prisión.

Se le encerró en la oscuridad, con los pies amarrados con hierros, alimentado cada dos días con un cubo de comida asquerosa que tenía que disputarse con enormes ratas.

Si cuando fue vendido por sus hermanos no lo entendió pero continuó confiando y siendo fiel guardián de su tesoro, ahora aún menos lo entendía. Y aunque pensaba que ya no le quedaban, lo cierto es que aún guardaba lágrimas que derramar. Y fue en medio de aquella desesperanza, de sentirse más desamparado que nunca, de saberse pagado con mal por el bien que había causado, fue en la oscuridad y la desesperanza de la cárcel, cuando recordó que era el guardián de algo muy grande, que aunque no entendiese nada, iba a mirar adelante. Fue en medio de la tormenta que, una vez más, decidió creer en la visión que recibió siendo niño, y fue entonces que se recordó aquello que, quizá, en los buenos tiempos en casa de Potifar no había tenido tanto sentido, pero que ahora volvía a retomar toda su fuerza, todo su poder.

“Dios tiene un plan”.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El pajarillo


Hoy os dejo una canción que dede siempre me ha encantado, por su sensibilidad, sutileza y la historia tan bonita que nos cuenta. 
Se trata de "El pajarillo" de Marcos Vidal. Abajo os he dejado la letra, espero que la disfrutéis tanto como yo. 


 

 
Era un joven pajarillo que vivía en el canal
de un arrollo escondido en Guinea Ecuatorial,
y contaban en su aldea, con recelo y curiosidad,
que en algún país del norte celebraban la Navidad.
Decidió surcar el cielo, conocerla de forma personal,
pues decían que su historia, era capaz de transformar.
Estás loco, le dijeron, nunca lo podrás lograr.
Pero era mayor el deseo en su alma y ansia de volar.
 
¿Quién eres tú, Navidad. ¿Dónde te puedo encontrar?
Soy capaz de cruzar el mundo por saber si eres verdad, 
por ver si es cierto que puedes hacer feliz a un mortal.
 
Y voló sobre los montes de la selva hasta el mar,
noche a noche, día a día, se negaba a descansar.
Evadiendo los peligros, consiguió cruzar el mar
y alcanzando el continente, se decía, voy a llegar.
Pero cuanto fue su asombro su tristeza y decepción,
cuando vio que aquellas gentes eran igual en su interior.
Conocían, sí, la historia y era otro su color,
pero el  fuerte vacío en su ser era el mismo,
vivían sin amor.
 
¿Quién eres tú, Navidad. ¿Dónde te puedo encontrar?
Soy capaz de cruzar el mundo por saber si eres verdad, 
por ver si es cierto que puedes hacer feliz a un mortal.
 
Remontó otra vez el vuelo, aunque un poco lento ya,
porque el frío hacia mella en su sangre tropical.
Y, de pronto, se dio cuenta de que no podía volar,
y cayó sobre la nieve, le costaba respirar.
Una niña, en la mañana, lo llevo hasta su hogar,
donde, al fuego de una lumbre, celebraban la Navidad.
Todavía respiraba, pudo ver aquel lugar,
y escuchó con un ultimo aliento la historia
sublime y sin igual.
 
¡Oh Ven!, ¡ven a mi, Navidad! Soy un pajarillo tropical.
Es difícil dar contigo en un mundo de adversidad.
Al fin te veo y te saludo, sé que tu encuentro es mi final.
Por alcanzarte he perdido todo y sin embargo,
he aprendido a volar, he ganado tu verdad.
Conociéndote ya sé lo que es amar.
 
 
 

martes, 15 de mayo de 2012

Los dos deudores


Hacía poco leía un artículo (aquí os dejo el link) en el que nos habla de la triste realidad para miles de españoles, y es la de ser testigos de cómo el banco se queda con tu casa por no ser capaz de terminar de pagarla. Y es que los desahucios están a la orden del día. Veía en el telediario hace un tiempo el caso de una familia que había avalado con la casa que tanto les había costado pagar para que su hijo pudiera comprarse una casa. El hijo se había quedado en paro y ahora se habían quedado sin la casa que se estaba comprando el hijo y el banco les había desahuciado su casa también.

Son casos muy tristes, y lo más triste es que están a la orden del día. En este mismo artículo también dice que desde el 2007, 350000 familias se habían quedado sin hogar a causa de esta práctica. Y como todos sabréis ya de sobra, de nada vale que vayas al director del banco en cuestión a rogarle, a suplicarle o a arrodillarte delante de él para que no te robe tu casa. Él cobra o tú te quedas en la calle. Punto.

Pues bien, en la Comunidad de Madrid, una de las primeras en número de desahucios, Caja Madrid, es decir, Bankia, ejecuta más del 80% de estas operaciones que dejan en la más absoluta indigencia a familias enteras. Hasta aquí, algunos pensarán, no es todo tan injusto. Después de todo, ellos prestan el dinero para las hipoteca con unas condiciones, condiciones que los “beneficiarios” aprueban con todas sus consecuencias, el quedarse con el aval la entidad bancaria si no se puede pagar forma parte del contrato, no se lo inventa el señor banquero, podríamos decir que hasta ahí, por muy desastroso o incluso cruel que sea, estrictamente hablando se está haciendo justicia. El banquero es libre de hacer que la ley se cumpla, que de hecho lo hace, es libre de no tener misericordia con la pobre gente que se queda en la calle, las cosas como son.

Pero el tema no queda ahí. No es que solamente la pobre gente que pierde un piso tiene que suplicar misericordia ante los oídos sordos y metálicos de los banqueros, es que los banqueros también tienen que pedir misericordia ante otro oídos, oídos que son mucho más generosos con ellos de lo que ellos son con los que realmente lo necesitan.

Esto me recuerda a una historia que contó Jesús hace ya 2000 años, y que nos viene al pelo en esta situación. Esta historia la podemos encontrar en la Biblia, en el libro de Mateo, capítulo 18, versículos 23 al 34, permitidme que lo parafrasee para que se entienda mejor.

Por lo cual, el reino de los cielos es semejante a un presidente del gobierno, que quiso analizar la economía de su país. Y comenzando a analizarla, le fue presentado un banquero que le debía diez mil millones de euros. Mas a este, no pudiendo pagar, mandó su presidente echarle en la cárcel, y a su mujer e hijos, con todo lo que tenía, y que pagase al estado. Entonces aquel banquero, postrado, le imploraba, diciendo: Señor presidente, ten paciencia conmigo, y yo lo pagaré todo. El presidente, movido a misericordia de aquel banquero, le soltó e hizo un fondo de rescate para salvar su entidad.

Y saliendo aquel banquero, halló a uno de sus clientes, que le debía cuarenta mil euros; y agarrándole, le ahogaba, diciendo: Págame lo que debes. Entonces su cliente, postrándose a sus pies, le rogaba, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso; sino fue, y le echó de su casa por no pagarle la deuda. Y viendo los periodistas lo que pasaba, se entristecieron mucho, y viniendo, declararon al presidente todo lo que había pasado. Entonces llamándole el presidente, le dijo: Banquero malvado, toda aquella deuda te perdoné y te rescaté con miles de millones, porque me rogaste: ¿No te convenía también a ti tener misericordia de tu cliente, como también yo tuve misericordia de ti? Entonces su presidente, enojado, le entregó a disposición judicial, hasta que pagase todo lo que le debía.

Creo que ha quedado bastante claro.

jueves, 10 de mayo de 2012

José III: La cisterna


El vivaracho adolescente andaba solo por el largo camino que habían cubierto sus hermanos apenas unas horas antes. Su padre le había enviado a ver qué hacían con las ovejas, si hacían algo que no debían y por si tenían algún problema. Sus órdenes eran sencillas, que fuera, viera, y volviera a contarle lo antes posible.

Sus pasos le encaminaban al norte por aquellos tortuosos caminos. Se empezaba a levantar el sol y hacía bastante calor. La verdad es que el jovencito tenía mucha confianza al ir él solo por aquellas sendas, donde lo mejor que se podría encontrar es una fiera salvaje, y además hacerlo con la túnica que le había regalado su padre. Los rayos del sol de media mañana conseguían arrancar unos destellos multicolor preciosos de aquella fina tela que con tanto mimo y cuidado había labrado su anciano padre.

En el horizonte, comenzó a ver un gran rebaño. No eran los ganados de su padre, pero sin duda sabría donde estaban. Su padre le había dicho que iban a Siquem, pero ya había llegado y no los había encontrado por ninguna parte.

- Sí, los he visto, muchacho. Han seguido el camino hacia el norte, hacia Dotán.

Así que el chico continuó andando, mientras cantaba, silbaba y bailaba a su propio son. La verdad es que siempre había sido muy alegre, siempre se había tomado con la mejor de las actitudes todo, y siempre había confiado mucho en lo que él llamaba “el plan de Dios”, a través del cual siempre, aunque él no lo entendiera, las circunstancias eran buenas para él, porque le guiaban a algo mejor que lo que tenía en ese momento. Incluso de eso se reían sus hermanos, pero a él le daba igual, pensaba que por mucho que se opusieran, no conseguirían apartarle de este brillante plan del Creador.

- Así que nuestro amado padre nos ha vuelto a enviar a su perrito guardián para ver si andamos metidos en líos, para comprobar que cuidamos sus ovejitas como debemos, ¿eh? – Entre dos piedras apareció la severa sombra de su hermano Dan.

- Y miradle, viene con su precioso trapito. Con la túnica digna del rey de Salem, ¡qué bonita es! ¿Verdad, hermanito? – De detrás de otra piedra salió  Judá, que se puso en medio del camino con un palo en la mano.

- Yo creo que ha venido a contarnos su último sueño, para que todos sepamos lo listo que es, lo grande que va a llegar a ser y lo alto que subirá para que todos nos inclinemos ante él. – Isacar habló justo a su espalda, cuando José se giró, vio que estaba en medio del camino del que venía, con unas cuerdas en sus manos.

- ¿Qué estáis haciendo, hermanos? – José dio la vuelta para ver las sombras de todos sus hermanos que le rodeaban – Me estáis dando miedo.

- No, yo creo que realmente a lo que ha venido ha sido a decirnos que padre le ha bendecido, le ha dado la primogenitura y se ha quedado con todas nuestras herencias. – Rubén, el mayor, se acercó hacia él, agarrándole de los hombros y subiéndole como un muñeco de trapo. – Es eso, ¿verdad? Nosotros estaremos encantados de inclinarnos hacia ti, cuando te alces por encima de nosotros, cuando veamos que las estrellas te adoran, ¡pequeño mocoso!

Mientras le tenía inmovilizado Rubén, se acercaron todos los demás, se seguían riendo de él, le quitaron la túnica y con las cuerdas que tenía Isacar, le ataron las manos, los pies, los brazos y las piernas. José comenzó a gritar, quizá pasaría alguien que le ayudara, quizá algún hermano suyo recordara que él también era hijo de Jacob y tuviera compasión de él.

Pero eso no sucedió. En su lugar rajaron la preciosa túnica que le había regalado su padre en medio de los gritos de desesperación del joven. La impotencia pudo con él y rompió en llanto mientras vio cómo le llevaban a un descampado que había a apenas unos metros de allí, en pleno desierto. Lo levantaron y le tiraron abajo del gran pozo. No cayó demasiado mal, no se rompió nada, pero se hizo heridas por la espalda, la cabeza y las manos que comenzaron a sangrarle. Por lo menos la cisterna estaba vacía y no corría el riesgo de ahogarse.

- ¡Hermanos!, ¡no me hagáis esto por favor! – gritaba con todas sus fuerzas, entre sollozos- ¡Soy hijo de Jacob!, ¡Soy vuestro hermano!

Pero en lugar de ayuda, solamente escuchaba risas y burlas de sus hermanos. “¡Cuando asciendas, nos inclinaremos ante ti! Hasta entonces, nos reímos de ti, soñador de mierda.” Y así estuvieron por horas, riendo, burlándose, incluso le cayó algún escupitajo, y un par de veces alguno de ellos orinó intentando mojarle. Pudo evitar la mayoría, aunque un poco le mojó una pierna. En ese tiempo no paró de gritar suplicando clemencia, no dejó de llorar ni un segundo.

También escuchó una pequeña discusión. Al parecer, había alguno, juraría que Leví y Judá, que querían matarle. Su plan era dejar allí el cadáver, matar un animal y manchar la túnica con su sangre y decirle a su padre que habían encontrado solamente la túnica así para que el culpable fuera alguna bestia, en lugar de sus propios hermanos. Rubén se opuso.

En esas discusiones andaban cuando escuchó otras voces. De pronto, dejó de gritar para escuchar qué estaba pasando ahí fuera. De todas maneras, apenas le quedaba voz. Quizá, después de todo, había esperanza para él.

Apenas entendió nada de lo que hablaron con los extraños. Por su acento, juraría que eran ismaelitas. Al poco, bajó Zabulón en otra cuerda y se la ató a José. Le iban a liberar, después de todo podría volver a su casa con su padre.

Pero no fue así.

Efectivamente, era un grupo de ismaelitas, comerciantes. Le desataron las cuerdas de los pies y de las piernas. Uno de aquellos primos lejanos suyos se acercaron a él. Juraría que había hecho tratos con él en alguna ocasión cuando pasaban por cerca de su campamento.

- Aparte de las heridas de la caída, está en perfecto estado. Os daremos veinte piezas de plata por él.

- Hecho.

Y con esas leves palabras, su destino quedó sellado, a partir de ese momento era un esclavo.

José anduvo bajo un sol de justicia, por el desierto, rumbo al sur, rumbo a Egipto. Vendido por sus hermanos, despreciado por los de su propia sangre, pasó de ser el gran soñador, el amado hijo de Israel, a ser un esclavo odiado por los de su pueblo.

¿Qué había de los sueños que tuvo? Ahora ya no tenía libertad. Por no tener, no le quedaban lágrimas que derramar. Su padre iba a recibir una túnica de colores teñida de sangre, le iba a llorar, iba a derramar ceniza sobre su cabeza e iba a lamentar su suerte hasta la muerte, y él no iba a estar ahí. No iba a volver a sentir el abrazo de su madre, no iba a volver a sentir la mirada orgullosa de su padre. Todo había cambiado, en un momento, todo se había desvanecido.

En ese momento no pudo hacer otra cosa que bajar la cabeza, andar hacia delante y confiar más que nunca en que Dios seguía teniendo su plan, un plan que para nada entendía, que parecía burlarse de él, que le guiaba a un destino incierto, como esclavo, odiado por los suyos, herido y cansado.

miércoles, 9 de mayo de 2012

José II: Los sueños


El padre entró a su tienda con una sonrisa en los labios. Afuera esperaba su gran descendencia. 11 chicos eestaban en pie, por orden de edad, como siempre los colocaba su padre, ante la tienda que los había visto nacer a cada uno de ellos, en aquella tienda que había sido el fruto de la mayor alegría de su padre al poder recibirlos al venir al mundo.

Jacob salió de la tienda con una preciosa túnica de colores vivos, una cual nunca habían visto en su vida. Todos se quedaron maravillados por su belleza, por la perfección de su tejido. Era sencillamente bellísima, digna de un rey. La cara del patriarca era de una felicidad suprema. Jacob había volcado sus ilusiones y su felicidad en José, que ahora ya contaba con 17 años. Le había enseñado a leer y a escribir, siempre tenía tiempo para él. Era su ojito derecho, y sus hermanos lo sabían.

- Esta preciosidad de túnica, ha sido la razón por la que llevo largo tiempo apenas saliendo de mi tienda. Vuestro abuelo Labán me enseñó a tejer, y la he hecho con todo mi cariño para José. – Al joven se le iluminó el rostro. Había crecido muy sano y fuerte, y era un chico muy inteligente. De más de un apuro había sacado a sus hermanos, y siempre ayudaba a su padre con la contabilidad y los tratos con los ismaelitas y los cananeos.Su madre Raquel le miraba con una gran sonrisa en el rostro.

Pero sus hermanos no estaban tan conformes. Estaban hartos de trabajar durante todo el día para su padre, para que siempre se llevara las palmadas en la espalda el mocoso que solamente cantaba, leía y entretenía a su anciano padre. Ellos eran hombres hechos y derechos, toda su vida habían servido fielmente a Jacob, y parecía como si les ignorase. Nunca les prestaba la más mínima atención. Y para colmo, ahora le había regalado aquella túnica de rey. Todos, pero sobre todo Rubén, el primogénito, empezaban a temer que su padre tuviera otra idea acerca de su herencia, y que aquel gesto quisiera decir que la primogenitura iba a caer sobre aquel repelente mocoso, en lugar de ocupar el puesto que le correspondía. Después de todo, Jacob mismo era un usurpador que había robado la primogenitura a su hermano Esaú, no se podía esperar gran cosa de él.

Al poco tiempo de aquello, una mañana, mientras se sentaban alrededor de la hoguera a desayunar para prepararse para una dura jornada laboral, José compartió con su abultada familia el sueño que acababa de tener.

- Esta noche soñé que estábamos en el campo, atando manojos de trigo para recogerlos. Estábamos todos. Y vi que mi manojo se mantenía erguido, como si estuviera sostenido por una estaca, y todos los vuestros, puestos alrededor del mío, se inclinaban hacia mi manojo.

En un principio, fueron las bromas y las burlas las que inundaron el ambiente. Pero en cuanto sus hermanos marcharon a trabajar y él se quedó para hacer unos tratos con unos mercaderes arameos que iban a pasar por allí, se cabrearon profundamente. Este mocoso, se decían, se piensa que va a gobernar sobre nosotros, cree que padre le va a dar la autoridad y que él será nuestra cabeza. Tenemos que impedirlo como sea.

Y no había manera en que sus hermanos pudieran tratarlo bien. Cuando no los veía su padre, siempre le pegaban, le insultaban, se reían de él. En cambio, él siempre contaba a su padre cuando sus hermanos hacían lo que no debían. Más de un castigo les había caído a sus hermanos por contarle José a su padre de cuando habían robado vino para beber en medio de sus vigilias nocturnas con los rebaños, o de cuando se escabullían por turnos para visitar a las mujeres de compañía de las ciudades vecinas. Y esto solo hacía crecer el odio de sus hermanos hacia José.

Otro día vino José a contar a sus hermanos y a su padre otro sueño que había tenido.

- Ayer soñé que estaba en medio del campo, y estaba el cielo iluminado con el sol, y también la luna brillaba en lo alto. Once estrellas se veían en medio de todo este resplandor. Y cuando los miré, vi que el sol, y las once estrellas, incluso la luna se inclinaba ante mí.

En esta ocasión, entre las miradas de odio profundo de sus hermanos, fue su padre el que se levantó y se dirigió a José.

- Hijo mío, ¿qué es esto que dices? ¿Acaso piensas que tus hermanos, y tu madre y yo mismo vamos a  inclinarnos delante de ti?

José le miró con sus ojos despiertos, elevó los hombros con una media sonrisa en el rostro.

- No lo sé, padre. Yo solamente os cuento lo que he soñado.

martes, 8 de mayo de 2012

José I: Una nueva esperanza


Después de una interminable noche dando vueltas alrededor de la tienda, sin poder entrar, escuchando los gritos de dolor de su amada; después de comerse absolutamente todas las uñas tratando de mantener la compostura ante el hecho tan maravilloso y a la vez tenso y doloroso, parecía que el milagro se había consumado. La noche de gemidos lastimosos, de gritos de congoja, las instrucciones que las criadas y el resto de las mujeres se daban unas a otras dentro de la tienda y sus hijos, amigos y criados que le hablaban para tranquilizarlo, se había hecho larguísima, casi interminable. 

Pero ya había terminado, los gritos, los comentarios y las órdenes se habían acabado. Y en su lugar, a través de las telas que formaban su hogar, rompió el silencio el dulce sonido del llanto desconsolado de un recién nacido. El dolor, la impaciencia, la espera se esfumaba, se abría paso la vida, la esperanza, el futuro más prometedor.

Cualquiera diría que aquella era la primera vez que Jacob esperaba un hijo. Pero no. Aquella era nada más y nada menos que la decimosegunda vez que pasaba horas en espera de la noticia de que todo había salido bien, y que tanto la madre como el pequeño se encontraban bien. 

Pero esta vez era diferente, muy diferente.

Jacob había salido huyendo de su casa perseguido por su hermano mellizo. Le había robado la bendición de su padre engañando a su anciano progenitor aprovechando su ceguera. La bendición era vital porque, aunque ahora tuviera que salir huyendo, las promesas tan grandes que había recibido su padre y su abuelo, serían para él, y no para su hermano, quien por haber nacido antes, las merecía.

Había recorrido cientos de kilómetros en su huída hasta llegar a la casa de su tío Labán, el hermano de su madre Rebeca. Allí vivían desde entonces. Jacob se había enamorado de Raquel, la hija menor de Labán, y le había propuesto a su padre casarse con ella a cambio de 7 años trabajando para él. Pero en la boda, el vino había tenido su pernicioso efecto en el joven, y el padre le engañó para meter en su lecho y en su vida la hermana mayor, Lea. Cuando Jacob vio su poco agraciado rostro al despertarse la mañana siguiente, y descubrir lo que había pasado, se enfadó, con razón, con su suegro. Así que le tocó trabajar otros 7 años más por Raquel, su amada.

Lea había dado 6 hijos y una hija a Jacob y su esclava Dina le había dado otros 2. De la esclava de Raquel, Jacob había obtenido 2 hijos más. Pero el amor de su vida no lograba concebir. Habían pasado ya muchos años y nunca se había quedado embarazada, nunca había conseguido dar un hijo a su marido, y esto la frustraba. Ella le amaba y deseaba más que nada darle hijos, aún sabiendo que su marido la seguiría amando y apreciando.

Y al fin, el milagro se había hecho realidad. Raquel se quedó embarazada, y se la volvió a ver resplandeciente de felicidad, y Jacob era feliz si su amada lo era. Si es varón, lo llamaré José, porque Dios me añadirá otro hijo más, se decía. Pero cuanto más se acercaba el día del alumbramiento, más se preocupaba Jacob. Los partos son peligrosos, muchas mujeres pierden la vida tratando de regalársela a sus pequeños. Y aquella noche Jacob había escuchado las fatídicas palabras de “lo siento” en demasiadas ocasiones en su cabeza. Sería demasiado para él si perdiese a su amor así, tan de pronto, por intentar agradarle.

Pero no fueron esas palabras las que escuchó. Al poco tiempo de comenzar a escuchar el llanto del bebé recién nacido, se asomó Lea y le miró satisfecha. Que Dios te añada muchos hijos más. Raquel ha tenido un niño. Jacob sonrió ilusionado como un niño pequeño y abrió las compuertas de tela para entrar a aquel lugar donde el milagro se había cumplido. Allí estaban todas las mujeres de su casa en pie, mirándole sonrientes, junto a un gran cubo de madera lleno de paños teñidos de sangre, en el lecho tumbada aquella mujer que tan feliz le había hecho, con la cara resplandeciente, aunque devorada por el cansancio de una noche interminable y entre sus brazos una pequeña criatura rosada que acababa que venir al mundo, su llanto desconsolado era como un grito de esperanza para aquella familia.

Jacob se agachó, dio un fuerte beso a su mujer convaleciente y agarró a su pequeño con determinación, pero con cariño. Lo elevó por encima de su cabeza, mientras los berreos del bebé. Lo observó, con una media sonrisa en el rostro. Era un bebé robusto y precioso.

Dios tiene grandes cosas para ti, mi pequeño. Tu nombre será José, porque Dios me añadirá más hijos, y Dios bendecirá en gran manera a mi familia por tu mano.

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