lunes, 19 de marzo de 2012

La Vía Romana



Según el título de la entrada de hoy, cualquiera diría que os voy a indicar un camino secreto y antiguo hacia la capital italiana, pero no es así. Lo que hoy pretendo es indicaros otro camino mucho más importante que el de Roma.

Hay algo ciertísimo. Una enfermedad que nos afecta a todos los hombres, sin excepción. Esa enfermedad es la muerte. Y es que dicen las estadísticas que, nada menos que el 100% de las personas mueren, sorprendente, ¿eh? Pues bien, el ser joven es algo que, de una manera o de otra te inmuniza ante esta realidad. Aunque somos conscientes a un nivel intelectual de que en algún momento de nuestras vidas vamos a morir, es algo que tenemos por tan apartado en el tiempo que, total, ya habrá tiempo para pensar en eso. Sin ser conscientes de que la muerte puede abrazarte esta misma tarde, mientras paseas por la calle.

Esto es así, tan cierto como que respiras.

Supongo que la mayoría de vosotros tendrá una Biblia en alguna estantería en casa. No sé si en algún momento alguien os ha explicado, con ese libro en la mano, qué es lo que hay que hacer para obtener paz con Dios y que ese trance por el que tenemos que pasar todos, no solamente se haga menos pavoroso, sino que sea algo digno de celebrar. Porque el tema de a donde vas después es algo que, si no estás como tienes que estar con “El de arriba”, la verdad es que es algo muy serio.

Y para que en el viaje por ese desconocido tocho que es la Biblia no se pierda nadie, solamente vamos a usar un libro, la carta de Pablo a los Romanos. De ahí el nombre de la entrada. Os voy a mostrar el camino, usando esta carta, que debéis seguir si queréis llegar a tener paz con Dios, y no solamente la promesa de un “pase al Cielo”, sino el comienzo con una relación con el Creador desde hoy mismo. Es gratis, sencillo y para toda la familia. Pero, por favor, acompáñenme por este camino.

La primera parada que vamos a hacer, se encuentra en el capítulo 3, versículo 23. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” Ciertamente no son buenas noticias. Todos hemos hecho mal, todos hemos faltado a la ley de Dios. Mucha gente se puede considerar buena al compararse con otros, pero lo cierto es que nadie hay sobre la Tierra que no haya fallado nunca. En ese mismo capítulo, en los versículos del 10 al 18, podemos hallar una descripción de lo bien que nos sienta esa maldad.

Lo que nos lleva directamente a la siguiente parada en nuestra Vía Romana, que la podemos encontrar en el capítulo 6, versículo 23. “Porque la paga del pecado es muerte...” No habla de que la paga por estar todo el día robando bolsos a viejas y maldiciendo sea la muerte, o que la paga de asesinar a un chaval para robarle la merienda sea la muerte, no. Dice que la paga del pecado es la muerte. Ya hemos estado hablando del pecado, y ya expliqué de qué manera es esto posible de que su consecuencia justa sea la muerte. Y da la casualidad de que TODOS hemos pecado, todos hemos faltado. Todos merecemos la muerte. Y no estoy hablando únicamente de la muerte de la que tratábamos antes, aquí habla de la muerte eterna, del infierno, del castigo, del dolor y el tormento eternos. No es saña, el justo pago por una falta eterna e infinita debe tener la misma magnitud.

Bueno, pues parece que este camino nos está llevando por lugares que no no gustan lo más mínimo. Pero tened paciencia, porque esto está a punto de cambiar. Si continuamos con el mismo versículo de la parada anterior, nos encontramos con una impresionante afirmación, “...mas el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Parece ser que la tónica cambia un poco en este punto. Es cierto que la justa paga del pecado es la muerte, pero aquí también habla de un regalo, pero no un regalo cualquiera, habla de un regalo de Dios que que es ni más ni menos que la vida eterna. En el capítulo 5, versículo 8, dice “mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Por eso dice que la vida eterna es en Cristo Jesús. Cuando nosotros aún estábamos en la segunda parada, sin opción a escapar del justo castigo que teníamos encima, se produjo el mayor milagro de todos, que Dios mismo se hizo carne para pagar por esos pecados que nos alejaban de la perfección, y no solamente eso, no solo pagó por nosotros cuando eramos sus enemigos, sino que nos dio la capacidad de pasar de ser condenados, esclavos, a ser amigos, hijos de Dios. Es algo impresionante.

Pero esta tercera parada no tendría sentido si no supiéramos cómo poner en práctica este regalo, si no somos capaces de agarrar la grandeza de la tercera parada de la Vía Romana y hacerla totalmente nuestra. La cuarta parada, la encontramos capítulo 10, versículo 9. “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Así es. Lo único que tenemos que hacer para aceptar este regalo es creerlo en nuestro corazón, confesarlo con nuestra boca, en definitiva, hacer nuestro este regalo tan grande e inmerecido. No tenemos que donar dinero a ninguna iglesia, no es necesario repetir periódicamente unas palabras mágicas, no se nos pide salvar el mundo, ni llegar a un estado de perfección. No se trata de eso, lo que se requiere de nosotros es solamente aceptar este regalo.

Y para terminar, la última parada de esta Vía Romana nos lleva al capítulo 5, versículo 1. “Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” A través de la aceptación de este regalo, tenemos la libertad de tener una relación de paz con Dios. En el capítulo 8, versículo 1 dice “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” Ya no tenemos por qué tener miedo a la muerte, ninguna condenación hay ya para nosotros. Si me has acompañado en esta vía, y la has seguido con tu corazón, ninguna condenación te espera, la garantía es de Dios mismo. En el capítulo 8, versículos 38 y 39 encontramos lo siguiente:“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”

Nada me haría más feliz que enterarme de que has seguido este camino y que has encontrado lo que realmente buscabas, una razón para vivir, paz en tu corazón, una certeza para el futuro, una esperanza eterna.


*Nota: Si has buscado en tu Biblia y lo que está escrito no coincide exactamente con lo que yo he puesto, es a causa de las diferentes traducciones. Los originales están en griego y las diferencias son por eso, pero habrás podido comprobar que básicamente dice lo mismo. Otro día hablaremos de los originales de este y de los demás libros de la Biblia.

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