martes, 21 de febrero de 2012

La caída del Imperio


Érase una vez un imperio que dominaba el mundo. Este imperio estaba rodeado de pueblos que deseaban sus avances tecnológicos, su riqueza, sus facilidades y su grandeza.

Pero este imperio, aún adornado por luces, monumentos y sabiduría, aún defendido por ingentes ejércitos y gozando de lo mejor de todo el mundo, se basaba en la explotación de los más débiles para seguir adelante. Era una maquinaria implacable cimentada en las desigualdades, en el derecho de los gobernantes, en la prevaricación y en el brillo del oro.

Pero había varias razones por las que este imperio estaba abocado a desaparecer. Razones que estaban en la base de su maquinaria y que, de una manera despiadada, iban a desmenuzar hasta las entrañas del sistema que mantenía erguido a este imperio.

Aquellos que estaban dentro del sistema se habían acostumbrado a la vida fácil. El imperio facilitaba las vidas en las ciudades. El abastecimiento de dinero y de comida no faltaba, así que la gente comenzó a pensar que los alimentos se producían en los mercados, en lugar de en los campos. Cuanto más dinero tenían los ciudadanos, más alejados de la realidad se encontraban. Entretenidos por miles de pasatiempos destinados única y exclusivamente a adormilar sus mentes, cada generación se iba metiendo más y más en un mundo nebuloso y completamente ajeno a la objetividad que imposibilitó su visión de la vida real, y cuando llegó el peligro, no fueron capaces de discernirlo hasta que fue demasiado tarde.

La vida fácil a la que se estaban acostumbrando, les llevó a considerar a su progenie como estorbos. De cada vez era menos atractivo tener hijos, porque entretenía su vida de la facilidad y la necedad en que estaban metidos. Como ya no los necesitaban para sobrevivir porque el sistema suplía sus necesidades, cada vez fue menos atractivo tener descendencia. Tan lejos llegaron en su mentalidad de despreciar a sus hijos que llegaron al punto de asesinar a sus propios vástagos al nacer, o incluso idearon métodos para poder evitar su nacimiento, matándolos en el vientre de su madre. El problema que trajo esto fue catastrófico, y aunque hubiera sido el único, habría firmado la sentencia de muerte del imperio. Con una sociedad tan rica y en clara disminución demográfica, rodeada de pueblos que desean sus avances y su dinero en clara explosión demográfica, el imperio estaba destinado a ser insostenible y terminar engullido, y los pueblos circundantes estaban destinados a repartirse los despojos.

Tuberías de plomo de época imperial
Hubo muchos avances tecnológicos que llevaron a este imperio a ser envidiado por todos los pueblos que le rodeaban. Sistemas de comunicaciones que hacían distancias enormes mucho más pequeñas, el comercio floreció por todo el mundo “civilizado”, y rápidamente se propagó la idea de que aquellos pueblos que no habían entrado a formar parte del imperio eran gentes de menor grado, que necesitaban ser incluidos en el “primer mundo” y comenzar a formar parte de esta maquinaria definitiva, que conocía todos los detalles de la vida y que, por supuesto, era la respuesta a las inquietudes sociales, familiares, espirituales, económicas y laborales. Todo aquel que no estaba dentro del sistema, era un enemigo, y debía ser incluido o destruido. Lo que no sabían es que estos “avances” suponían la ruina del propio sistema. Sin ir más lejos, tenían la costumbre de beber vino en cantidades exorbitadas en ollas de plomo, además, sus novedosos sistemas de fontanería que llevaban el agua hasta los mismos hogares, estaban hechos de plomo también. El resultado es que injerían unas 8 veces la cantidad de plomo necesaria para padecer una intoxicación por este metal al día. Los resultados por esta ingesta masiva de plomo trajeron muchas enfermedades y demencias, entre ellas, la disminución drástica de la capacidad reproductiva, empeorando aún más la situación demográfica y envejeciendo la población.

El imperio se pavoneaba de sus leyes y su modo de impartir justicia. Pero lo cierto es que el tiempo fue echando tierra sobre los jueces y acabó por convertirse en una justicia comprada en que los más ricos siempre tenían más posibilidades de quedar impunes ante un delito y los más pobres usualmente eran los culpables y los que más duramente pagaban sus penas.

En este imperio, la iglesia gozaba de mucho poder político y económico, pero se encontraba completamente narcotizada y al servicio de los poderosos. Las fuerzas políticas la utilizaban como escudo ante los ataques y como espada en sus manos para ejecutar estocadas. Además, se encontraba sumamente dividida por diferentes puntos de vista de doctrinas que para nada eran trascendentes. En suma, se había olvidado de su lugar en el mundo detrás de filosofías, de búsqueda de poder, de activismo vacío y de su propio ego dejando de lado sus raíces. El resultado fue que la mayoría de aquellos que se llamaban cristianos lo eran solamente de nombre. De cada vez tenían menos sentido los valores y la fe, ya que no los necesitaban en esa sociedad tan avanzada en que vivían. Los dioses pasaron a ser el dinero y la pseudo-libertad.

Este gigante con pies de barro que era el imperio, como dije antes, estaba rodeado de muchos pueblos que envidiaban todo el poder, la riqueza, los avances y los recursos de los que gozaban los ciudadanos de este imperio, pero los habitantes de estos pueblos eran completamente diferentes a la gente “civilizada”. Ellos habían crecido en otra sociedad completamente diferente a la imperial, una sociedad en que se premiaba el esfuerzo, en la que para tener algo había que ganárselo, una en la que el que no trabajaba no comía; una en la vida real, en la que el alimento sale de los campos, no de los mercados, una en la que los entretenimientos excesivos significaban el morir de hambre. Ellos sí trabajaban y sí sabían lo que era el esfuerzo y la responsabilidad. Al tener que trabajar para ganarse su sustento, necesitaban tener muchos hijos, lo que hizo que estos pueblos crecieran exponencialmente, al contrario que el imperio. Por último, estos pueblos sí conservaban sus creencias. Ellos sí que tenían fe, esperanza y sabían apreciar los valores. No habían crecido en esta sociedad en la que solamente los débiles creían en Dios y cada día rezaban para que sus cosechas crecieran para que sus familias no murieran de inanición. La fuerza de la creencia aún seguía siendo un motor para ellos.

Y para aquellos que no se habían dado cuenta, he estado hablando del Imperio Romano, sí. Pero más nos valdría tener un poco más en cuenta las valiosas lecciones que podemos sacar de la historia. Pues parecemos mucho más que dispuestos a repetirla casi al pie de la letra.

No hay comentarios:

Entradas populares