jueves, 16 de febrero de 2012

El náufrago

5 meses habían pasado ya desde entonces. David viajaba en un vuelo entre Madrid y Atlanta cuando su avión fue alcanzado por una terrible tormenta que derribó la aeronave. Solamente él había sobrevivido al terrible accidente, o al menos no había encontrado ningún superviviente más. David había visto ese caso en la televisión en películas como “El naufrago” o en series como “Perdidos”. Pero no tenía ni idea de cómo sobrevivir. Fue difícil, sobre todo al principio. Pero al cabo del tiempo, mientras sorteaba los peligros y cada día era una lucha por sobrevivir, todo había comenzado a ser un poco más fácil.

David creía en Dios, y aunque alguna vez se había cabreado pensando que todo aquello no se lo merecía, poco a poco había aprendido a ver el cuidado de Dios aún en medio de aquella dramática situación. La prueba era que seguía vivo, que ya sabía cómo obtener comida de la isla y del mar, que se había construido una cabaña para refugiarse de la lluvia y del frío. Poco a poco había aprendido a llevar una vida mejor. Aunque él quería llegar a casa, naturalmente, y por eso pedía a Dios cada día, la verdad es que no estaba tan mal.

Ya se acercaban los meses de frío, allá por noviembre, y David había tomado la costumbre de dejar una pequeña hoguera encendida en su cabaña para mantener el calor como pudiera en la estancia, luchando así contra el rigor de los temporales que asolaban la pequeña isla. Y así fue como lo dejó mientras hacía la  ronda a la isla matutina en busca de algún alimento que llevarse a la boca cuando volviera a su “hogar”.

Recogía bayas silvestres del campo, que metía en una mochila que le había llegado hacía ya dos meses con la marea una mañana, cuando vio al otro lado de la isla, en el lugar donde estaba su cabaña, que se levantaba una columna de humo negro. A David se le cayó la mochila. Sin pensar más, echó a correr hacia el lugar. Tardó como media hora en llegar al sitio donde había estado su cabaña, que con tanto esfuerzo había levantado.

Aún ardía el amasijo de leños en que se había convertido. Ya no parecía para nada la cabaña que había sido. Las paredes habían cedido ante el peso del tejado en llamas, ahora solamente era una gran hoguera sin forma definida. El fuego lo devoraba todo. Todas las herramientas que había salvado ardían, ahora no tenía nada. 5 meses trabajando para conseguir llevar una vida más o menos normal en aquel lugar habían ardido en apenas media hora. Era como una pesadilla.

David cayó al suelo de rodillas, se llevó las manos al pelo mientras negaba con la cabeza y se abrían las cascadas de sus ojos. No tenía fuerzas para hacer otra cosa que no fuera llorar, lamentarse, quejarse. David no había dejado de orar, de pensar en Dios, de agradecerle aún en medio de esa situación tan tremenda en la que se encontraba. ¿Cómo es posible que Dios sea tan cruel que me deje quedarme así, una vez más, una vez que ya estaba algo mejor? No encontraba respuestas en sus lamentos. ¿Es que Dios se ha olvidado de mí?, o ¿es que Dios me odia? ¿Cómo Dios puede permitir que la gente que le sirve y que le ama sufra? ¿Por qué permite Dios que la gente buena sufra? Si este es mi Dios, si así es como me cuidas, prefiero que pases de mí.

Y fue así, con el dolor que le devoraba el alma, con la amargura que le quebrantaba el corazón, que se quedó dormido. Turbulentos sueños le quebraron el alma durante toda la noche.

Y cuando se despertó con el alba, en esos momentos en que la luz difumina toda la oscuridad, vio un gran barco en el horizonte, junto a su isla. Extrañado, levantó la vista mientras se levantaba, no podía creérselo. Según seponía de pie, vio en la playa una pequeña balsa roja, y junto a ella, un hombre que andaba hacia donde él estaba. Ilusionado, corrió hasta él gritando de felicidad.

- ¡Estoy aquí!, ¡gracias a Dios, me habéis encontrado! – Su corazón bullía alegría, avanzaba a saltos hacia el hombre sonriente.- ¿Cómo me habéis encontrado?

- Fue la hoguera, el fuego que hiciste para avisarnos nos dijo donde estabas.

No hay comentarios:

Entradas populares