miércoles, 30 de noviembre de 2011

La partida


Todos nacemos con unas cuantas cartas en la mano. No todos iniciamos esta partida con las mismas, ni siquiera parecidas ni en el mismo número. Pero el hecho es que todos y cada uno comenzamos esta partida de la vida con alguna carta, alguna valiosa manera de sacar jugo de los años que viviremos en esta mota de polvo del universo.

Creo que  todos conocemos casos de gente que ha disfrutado de todo en la vida, que su familia tenía dinero, que han tenido oportunidades para triunfar y que las han aprovechado, que eran trabajadores, entusiasmados con lo que hacían y les ha ido realmente bien. Que lo han conseguido. Son gente que nació con buenas cartas en la mano, que las han sabido jugar correctamente y que, al menos aparentemente, van ganando su partida.

También están los casos de aquellos que lo tienen todo, nacen con unas cartas inmejorables, y sin embargo, las juegan desastrosamente. Todos conocemos también casos de aquellos que han nacido en buenas familias, con todo en la vida, con dinero, oportunidades, incluso atractivo físico, absolutamente todo lo que puedan necesitar, al menos aparentemente, para ser felices. Y sin embargo acaban fatal, parece una tragedia, como una maldición que cayó sobre ellos y el negro del sudario les envuelve por una decisión fallida, o una cadena de ellas. Vienen a mi mente personajes como Lady Di, Heath Ledger o Michael Jackson. Ejemplos de poderosos y gente que lo tenían todo que mueren en las peores circunstancias por errores.

Otro caso que nos podemos encontrar en la vida son aquellas personas que tienen cartas normales, nada del otro mundo, o incluso podríamos considerar que tienen malas cartas, no tuvieron suerte en el reparto. Teniendo estas cartas, cualquiera podría pensar que se rendirían a la evidencia y que dejarían de luchar, que se conformarían con sobrevivir y tratar de hacer el menor ruido posible. Sin embargo, luchan. Conscientes de sus propias miserias, se lanzan a cumplir sus sueños amparados por la fuerza que da la esperanza. Estas “flores que crecen en medio de la basura” son casos raros que logran triunfar partiendo de una base mucho más baja que otros que triunfan. Desde luego nadie pensaría que triunfaran con aquellas cartas en la mano. Pero juegan con brillantez y arduo trabajo cada carta, poniendo toda la carne en el asador. Estos personajes son dignos de admiración. No faltan los casos de grandes compañías informáticas que comenzaron en un garaje, con un par de adolescentes buscando ganarse la vida de una manera modesta.

Y el último caso, el que lamentablemente más nos tiene acostumbrada la vida, es el de aquellos que no parten con buenas cartas en la mano, algo normal o incluso malo, al menos desde el punto de vista del poseedor de aquella mano. La verdad es que pocas son las ocasiones en que alguien reconoce que tiene buena mano, nos gusta quejarnos demasiado. Al tener estas cartas tan “malas”, el poseedor piensa que no merece la pena luchar por absolutamente nada. Así que malgasta sus cartas a la menor, sin buscar su bien, sin intentar ganar una mano siquiera. Me da mucha pena el ver, según ando por la calle, adolescentes que han entregado algunas de sus mejores cartas a jugadas tan penosas como las drogas, gente que apuesta todo por alguien a quien quiere, cuando resulta que lo único que obtiene a cambio es desprecio, y ahí sigue, entregando una y otra vez sus mejores cartas al dolor, conociendo perfectamente el resultado de la jugada. Los casos de aquellos que no tienen dinero para alimentar a sus familias, y sin embargo, gastan lo poco que tienen en alcohol o en juego son ejemplos perfectos para los jugadores de este último tipo.

La partida que jugamos es a vida o muerte. No nos jugamos el honor, unas fichas ni unos euros. Nacemos con unas cartas, que debemos jugar lo mejor que podamos. Está claro que podemos tener un golpe de suerte y robar de la bajara en algún momento una carta que cambie el sino de nuestra partida, o todo lo contrario, recibir un varapalo en forma de carta desastrosa que nos hunda en aquel lugar del que nos costará sangre, sudor y lágrimas salir. Pero lo que está claro en esta partida es que lo más importante de todo no son las cartas que tenemos en nuestra mano. Es algo importante, claro está, pero en ninguna manera determinante para el cómo acabaremos. Lo más importante es qué haremos con esas cartas que tenemos, a qué jugadas las apostaremos, en qué momento enseñaremos los ases que teníamos guardados.

¿Qué jugadas haremos? ¿De dónde aprenderemos a usar nuestras cartas de la mejor manera posible? ¿Hay alguna manera de tener la garantía de saber que ganaremos esta partida cósmica? La verdad es que hay tantas soluciones a estas preguntas casi como personas habitan nuestro mundo, y como en casi todo en lo que podemos encontrar varias respuestas, no todo el mundo puede tener razón. La prueba es evidente viendo la cantidad ingente de personas que fallan estrepitosamente en sus apuestas y lo pierden todo.

¿Cuál es la jugada más importante? ¿Hay algo lo suficientemente importante para apostarlo todo y asegurame la victoria? ¿Algún órdago a la vista? Hay algunos que dirán que si lo apuestas todo al dinero, si te conviertes en un millonario, ganarás esta partida. O que si encuentras a alguien que te quiera lo suficiente y tal y como eres, obtendrás la victoria. O que si logras acumular suficiente poder para que los demás bailen a tu son, o quizá si tienes fama y la gente te admira.

Yo os propongo una solución. Una que sé que merece la pena para asegurarnos la victoria de nuestra partida, esta en la que, queramos o no, tenemos que jugar, pues se trata de nuestra propia vida. Creo que para aprender a hacer nuestras jugadas de quien mejor podemos fiarnos es de Dios mismo, de nuestro Creador. Él nos dejó en su Palabra cuales eran las mejores jugadas, a dónde debíamos apostar ese as que tenemos reservado. Cual era el órdago más importante de nuestras vidas. El resto de las cosas poco importan. En el evangelio de Mateo, Jesús mismo dice: “Porque, ¿qué aprovechará el hombre, si ganare el mundo entero, pero pierde su propia alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”

No estoy hablando de una victoria física, de una que te concederá favores entre los hombres como los triunfadores que estamos acostumbrados a ver. Te estoy diciendo que en la Biblia está descrita la manera en que Jesús ya ganó esa partida por ti, la manera en que te ofrece esa victoria de una forma absolutamente gratuita y el medio por el que podrás disfrutar de esta victoria de una manera completa y eterna.

martes, 29 de noviembre de 2011

Eugenesia


El 24 de noviembre de 1859 se publicaba un libro que no dejaría a nadie indiferente, y que ha revolucionado la manera de pensar de millones de personas, transformado la práctica científica y dado origen a cientos de filosofías, nuevas teorías científicas y pseudo científicas. Este libro es “El origen de las especies” de Charles Darwin.

En este libro, Darwin propone el mecanismo de la selección natural como método para explicar el origen y evolución de las diferentes especies vivas a lo largo de millones de años hasta llegar al punto en que nos encontramos en la actualidad.

A raíz de este pensamiento, entre otras muchas ideas, surgió una corriente que usaba las ideas de Charles Darwin para dar validez a una práctica que, de hecho, se llevaba a cabo desde hacía miles de años, la “eugenesia”. Como idea básica de este planteamiento se propone que las políticas sociales y el intento humano de ayudar al más débil no hacen sino poner impedimentos al proceso de la selección natural, que teóricamente es el proceder lógico de la naturaleza. De esta manera, con nuestra mejor intención, lo que estamos haciendo es dejar que los más débiles sobrevivan y triunfen, desmejorando la especie e introduciéndonos en un proceso de “reversión hacia la mediocridad”.

La selección natural debe abrirse paso a toda costa, sin que el propio hombre la frene. En este sentido, es una lacra para la propia naturaleza el cristianismo y la idea de la misericordia, de la piedad con los más desfavorecidos. Todos los servicios que ayuden a la supervivencia de los débiles deben ser eliminados, que solamente los que puedan valerse por sí mismos puedan seguir adelante. La idea es que los más aptos convivan entre ellos lo más posible para que su descendencia sea cada vez mejor y que los menos aptos no convivan entre ellos para que su descendencia desaparezca. Es necesaria para lograr una mejor especie que el ser humano tome las riendas de su propio desarrollo, que la eugenesia sea la auto-dirección de la evolución humana.

Esta idea de tratar de intervenir en la mejora de la especie ha sido muy recurrente a lo largo de toda la historia. Los espartanos desechaban a los bebés que consideraban que no eran perfectos para ser guerreros, Platón planteó en “La República” la idea de que el estado intervenga en la selección y educación de los niños para lograr una mejor sociedad, incluso las amazonas asesinaban a sus hijos varones por considerar superiores a las mujeres. Pero desde que Darwin presentara su obra cumbre, los que la defienden creen tener razones biológicas para asegurar que, de alguna manera, el poder civil debe tener la potestad de intervenir en la mejora de la especie, o al menos eliminar todas las barreras que los seres humanos hemos puesto a la supuesta sabiduría de la selección natural.

Así, se han tomado medidas estatales en base a la eugenesia tales como esterilizaciones obligatorias, promoción de tasas de natalidad diferenciadas, restricciones matrimoniales, abortos forzosos, segregación, control de natalidad, exploración genética o incluso el genocidio. El caso más brutal de esa derivación de la “Evolución de Darwin” lo encontramos en la Alemania del III Reich, en que se exterminaron a millones de judíos y miembros de otras minorías étnicas y sociales en nombre de la preeminencia de la raza más fuerte. La idea es muy clara, existen diferentes tipos de dignidad en la vida, la vida digna debe cuidarse y fomentarse, mientras que también hay un tipo de vida indigna con la que hay que acabar para que no contamine a los mejores y no lastre el correcto funcionamiento de la sociedad.

Normalmente, estos procesos de “selección artificial humana” o al menos de eliminación de trabas a la selección natural han sido identificados con ideologías de derechas, por su defensa a ultranza de algún tipo de aristocracia. En cambio, sorprendentemente, en los últimos tiempos, están siendo defendidos por los idearios más izquierdistas. El supuesto hecho de la diferencia entre la vida digna que hay que defender y la indigna que hay que suprimir sigue sobrevolando nuestras cabezas. Así, consideramos que si un niño no va a tener las condiciones supuestamente ideales para su correcto desarrollo, tendrá una vida indigna, por lo que es mucho mejor para todos suprimirlo de entrada. De esta manera el chico no sufrirá una vida cargada de problemas y el día de mañana nos habremos librado de un delincuente en potencia. O también consideramos que si una persona mayor ha llegado al punto en que su vida ya no es “digna de ser vivida”, debemos cambiar su vida indigna por la “muerte digna”. Suma y sigue.

A lo que yo me pregunto, ¿quién decide la barrera entre la dignidad y la indignidad en la vida? ¿Es que el bebé fruto de una violación a una adolescente no es merecedor de la vida, exactamente igual que el hijo de un rey? ¿Quiénes somos nosotros para sentenciar a muerte a alguien en nombre de su propio bien? Si en nombre de la libertad y de la vida nos tomamos la libertad de quitar la vida, es que no hemos entendido ni la una ni la otra.

Como dijo Gandalf, “Muchos de los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.”

jueves, 24 de noviembre de 2011

Acción de Gracias


Por el aire que respiras, por el pan que nos alimenta, por la carne, por el suelo que pisamos, por los huertos donde crecen las hortalizas, por los ordenadores que usamos para comunicarnos, y para tantas otras cosas. Por las camas que nos dan reposo, por los zapatos que protegen nuestros pies, por la ropa que nos abriga, por el agua que nos refresca.

Por la sangre que alimenta nuestras células, por los pulmones que sacan lo mejor del aire, por el estómago que saca lo que vale la pena de aquello que nos llevamos a la boca, por los pies que nos llevan a nuestros destinos, por las manos que acercan nuestras ilusiones, por los ojos que expresan lo que dice el alma, por el cabello, por las cejas, por el vello, por las uñas. Por los huesos que nos sostienen, por los músculos que nos dinamizan.

Por la vista que nos permite ver tanta belleza, por el olfato que nos permite recordar aquel perfume, por el oído que nos deja escuchar esa voz, por el tacto que me deja tocarte, por el gusto que nos hace disfrutar de una buena comida, por la memoria que nos devuelve tiempos mejores, por el cerebro que nos enseña cómo aprender, por la voluntad que nos obliga a buscar lo mejor, por la imaginación que nos lleva por mundos mejores, por la mente que nos deja sentir que todo lo demás sigue vivo.

Por los amigos que nos apoyan, por los familiares que nos aguantan, por aquellos que nos expresan su cariño, por quienes nos aman a pesar de nuestras deficiencias, por los que devuelven bien por mal, por los que vale la pena seguir adelante.

Por el perdón que no merecemos, por el agradecimiento que recibimos, por las palmadas en la espalda, por la ilusión que nos impulsa, por los sueños que nos cambian, por el amor que nos ennoblece, por Aquel que nos dio todo.

Estemos agradecidos.

Feliz Día de Acción de Gracias.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El amor

Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tuviera amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 

Y si dijera profecías, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que moviera las montañas, y no tengo amor, nada soy. 

Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. 

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es arrogante, no se enorgullece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se enfada, no guarda rencor;
no sealegra de la injusticia, sino que se alegra en la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y la ciencia acabará. 

Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos;
mas cuando venga lo perfecto, lo que es en parte se acabará. 

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. 

Ahora vemos como por un espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. 

Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.


1 Carta de San Pablo a los Corintios, capítulo 13.

martes, 22 de noviembre de 2011

Asshlynn


Los pies colgaban entre la ropa.

Asshlynn cada día llegaba a casa con la cabeza agachada. Sin decir nada subía las escaleras rumbo a su habitación. Nunca escuchaba los saludos de su madre que le gritaba mientras hacía la comida. Nunca corría junto con su hermana mayor que siempre llegaba antes que ella a casa. Ella andaba lentamente, mirando al suelo, sin apenas mover los brazos.

Los pies colgaban entre la ropa, descalzos y fríos.

Su madre comenzaba a estar preocupada. Lo cierto es que, durante mucho tiempo, su hija había estado sin sonreír. La chica se solía esforzar en hacer las tareas de clase y en participar cuando lo mandaba la profesora. No era la hija perfecta, pero en líneas generales, era una buena chica. Pero llevaba un tiempo que no era ella. Cada día, cuando llegaba a casa, se encerraba en su cuarto. Cuando la madre se paraba a escuchar frente a su puerta, solamente escuchaba los sollozos y los insultos que ella misma se propinaba. Se la imaginaba de pie, delante del espejo. “¡Gorda, que eres una gorda!” se decía. “No me extraña que nadie te quiera, con lo fea que eres.” La madre no podía contener las lágrimas ante aquello. “¡Puta!” se llegaba a decir. Su madre hubiera querido entrar en la habitación y decirle que no era verdad, que ella era preciosa, una niña muy bella. Que todas aquellas cosas eran mentiras que usaban sus compañeros para pasar un buen rato, nada que ver con la realidad. Hubiera querido entrar, abrazarla y decirle que la quería mucho, que era su niña, su tesoro, su amor. Pero no lo hizo.

Los pies colgaban entre la ropa, descalzos y fríos. La bufanda que le había regalado su padre se enrollaba en su cuello.

Sabía, porque se lo había contado la hermana de Asshlynn, que en el colegio, sus compañeros de clase, la insultaban constantemente. Precisamente, aquellos tres insultos eran los que, día tras día, tenía que aguantar la pequeña. Se reían de ella, la señalaban, la llamaban puta, gorda y fea. Y ella se lo creía. Se lo creía y contribuía a su humillación, con lágrimas en los ojos y el corazón roto, desmoronándose.

Los pies colgaban entre la ropa, descalzos y fríos. La bufanda que le había regalado su padre se enrollaba en su cuello. La luz de la calle se dejaba entrever en el habitáculo.

Su madre, en diferentes ocasiones había intentado ir a hablar con los profesores para que procurasen que aquello cesase, que a su niña le fuera devuelta su sonrisa, su preciosa y sincera sonrisa. Pero no había tenido suerte. Los profesores aseguraban que no había ningún problema, ningún maltrato hacia ella y que seguramente sería un intento de obtener mayor atención. Que seguramente se tratase de una acusica que hace más importante su situación de lo que es, solamente para que la gente le hiciera caso.

Los pies colgaban entre la ropa, descalzos y fríos. La bufanda que le había regalado su padre enrollaba en su cuello. La luz de la calle se dejaba entrever en el habitáculo. La sonrisa, como siempre, desaparecida.

Entonces, su madre se propuso ir a hablar con la directora. No podía permitir que su hija siguiera atormentándose y viviendo aquel infierno terrenal que sufría. Iría con su niña y hablarían de la verdad. Nada de invenciones de la pequeña para obtener atención, nada de acusaciones falsas. Iría al fondo de esta cuestión y lo resolvería, y le devolvería la sonrisa a su preciosa hija. Ya  tenía concertada la visita con la directora, debían salir inmediatamente. Llamó a Asshlynn para que bajase, tenían que salir ya. No respondió. Volvió a llamarla. Continuó sin responder. Entonces llamó a su hermana. Ella sí que respondió. Le dijo que fuera a la habitación de la pequeña y le dijera que bajara ya, que tenían que salir. La hermana mayor fue a su habitación. No la encontró. La llamó, pero no respondió nadie. Sabía que a veces se metía en el armario para huir de la realidad y que nadie la molestase. Estaba entreabierto. Se asomó.

Los pies colgaban entre la ropa, descalzos y fríos. La bufanda que le había regalado su padre enrollaba en su cuello. La luz de la calle se dejaba entrever en el habitáculo. La sonrisa, como siempre, desaparecida. Las lágrimas aún empapaban su rostro, la muerta imagen de la desolación. Aquellas tres palabras, habían llevado a su voluntad a doblegarse. Ya nadie la consolaría. Ya nadie la insultaría.

La hermana cayó al suelo, sin palabras. No podía dejar de mirarla, ni siquiera podía gritar, ni llorar. No lo comprendía. Ella la quería, sus padres la querían. Pero ella decidió creer lo que sus crueles compañeros le decían. Y se lo tomó muy en serio. Tanto que allí estaba su cuerpo sin vida, colgado en el interior de un armario. Ahorcada con la bufanda que, con todo el cariño del mundo, le regaló su padre.


*Basado en una historia real.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La Gran Vía


Fernando estaba sentado en su despacho, detrás de su imponente mesa de nogal, refinadamente tallada. Detrás, estaban colgados algunos cuadros carísimos que había comprado en pujas a las que solía acudir para adquirir las nuevas tendencias del arte. Su despacho estaba situado en pleno centro de Madrid, en la Gran Vía.

Era el dueño de una de las empresas que más habían crecido en medio de la crisis internacional que asola los mercados. El negocio en Internet va viento en popa, sobre todo aquellos que prometen ganancias fáciles con solo un golpe de suerte, y de eso se había aprovechado Fernando. Una casa de apuestas en Internet había multiplicado las cifras de su cuenta bancaria, sus ceros habían crecido como la espuma. Entonces, con sus cuentas subiendo vertiginosamente, se sintió capacitado para comenzar a invertir en bolsa, quería llegar a ser uno de aquellos hombres que decidían cosas realmente importantes. Llevaba 2 años confiando sus abultados ahorros al oleaje de las compras, las ventas y las primas de riesgo, hasta ahora le había ido bien.

Pero aquella mañana le llamaron, era su inversor. El caso es que aquella empresa lituana en que había invertido medio millón de euros había quebrado. Nunca se había encontrado en una situación como aquella. No lo entendía, dos meses atrás, cuando hizo esa inversión, aconsejado por alguien que presumiblemente entendía mucho del tema, parecía una ganancia segura, un mero trámite. Pero el caso es que todo se había desmoronado a marchas forzadas, sin tener tiempo a reaccionar. Fernando estaba furioso, hablaba con aquel que le había hecho perder una barbaridad de millones de las antiguas pesetas, no tenía excusa, le pagaba para ganar dinero y resulta que lo estaba perdiendo. El pobre hombre que se encontraba al otro lado del aparato trataba de excusarse y pedir perdón, aseguraba que no volvería a pasar y le proponía otras posibles inversiones interesantes.

El todopoderoso ricachón, se sentía vulnerable por primera vez en mucho tiempo. Se levantó y se encaminó a la ventana mientras seguía hablando por el teléfono. Se quedó mirando al precioso edificio de enfrente mientras trataba de ignorar las excusas de su inversor. Ahora solo estaba centrado en su rabia. Él había perdido dinero por la incompetencia de aquel hombre, cuando llegara a su casa, tendría que explicar a su mujer cómo había tirado por el retrete más de 80 millones de pesetas. Seguramente ella se enfadaría también. Ese hombre merecía ser despedido, ninguna excusa es válida. Cuando uno cobra una millonada por hacer algo, y resulta que hace lo contrario, merece ser castigado. En ese momento, si hubiera tenido delante a aquel incompetente, le habría matado.

Entonces, mientras miraba una ventana del edificio que tenía delante, observando la chica que allí trabajaba, notó un pequeño palpitar en la joven. No le extrañó demasiado, estaba acostumbrado a ver aquellas imágenes palpitantes cuando estaba furioso. Se podía imaginar perfectamente la sangre regando hasta lo más profundo de sus ojos, y que ahora era consciente, no como normalmente. Seguramente era consciente porque ahora, al estar enfadado, la sangre corría con más fuerza por su cuerpo, empujada por su corazón. Entonces su mente comenzó a volar libre mientras la voz de su empleado proseguía en su ardua tarea de dar excusas ante tal pifia.

Aquel palpitar en la visión le recordó algo muy importante. La sangre seguía fluyendo por sus venas. Su corazón seguía latiendo. El complicadísimo mecanismo que le mantenía con vida continuaba funcionando como un reloj. Pero esto le llevó mucho más allá. Estaba respirando, lo que no solamente significaba que tenía fosas nasales, pulmones y todo lo necesario para conseguir oxígeno del aire, sino que además existía el aire, con una composición muy precisa, perfecta para que nosotros, al respirar, obtuviéramos lo que necesitamos de él. En este momento estaba haciendo la digestión, lo que no solamente significa que pudiera hacerlo de manera interna, sino que tenía una serie de alimentos para llevarse a la boca. La gravedad le permitía estar ahí, mirando por la ventana, de hecho la gravedad mantenía allí ese edificio que lo albergaba. También tiene relación con esa gravedad, la atmósfera que lo mantenía a salvo de los peligros que vienen del espacio exterior.

Estaba tan pendiente de sus millones que ni siquiera había tomado en cuenta todas las condiciones que eran necesarias para su supervivencia. Llevaba tanto tiempo mirándose el ombligo que no había sido consciente nunca que, no solamente ni siquiera dependía de sí mismo para su supervivencia. Es más, aquello le llevó directamente a pensar que si algo tenía, era porque se lo habían dado. Que nada le pertenecía por su propio trabajo. Había tenido suerte en montar su pequeño negocio, que le había dado muchas ganancias, muy en parte gracias a los profesionales que habían pasado por él. Las primeras inversiones en bolsa habían sido prácticamente con los ojos vendados, no entendía bien cómo funcionaba ese mundo por aquel entonces. En cambio todo le había ido bien. En el banco, su fortuna sobrepasaba con creces los 5 millones de euros, en cambio, se estaba poniendo como una furia por haber perdido medio. Medio millón que, de hecho, ni siquiera necesitaba. Todo lo que había obtenido había sido por tener las oportunidades, la suerte, la salud necesaria y el apoyo debido de su familia y de la gente con que se había rodeado.

Al fin, mientras escuchaba las propuestas para recuperar ese dinero que le hacía su inversor, Fernando tuvo que aceptar, mientras las lágrimas comenzaban a asomar por su rostro, que si algo tiene es de prestado. Que tenía más que lo necesita y, desde luego, más de lo que merece. Que debe estar muy agradecido por su situación. Que no tiene ningún derecho para pensar mal contra aquel hombre que, desesperado, solamente trataba de hacer lo que sabía lo mejor posible.

En ese momento decidió que no volvería a cegarse con su éxito, que el dinero no volvería a negarle la realidad.

Que era un buen momento para comenzar a dar gracias a Dios, para ayudar a los que lo más lo necesitaban y no habían tenido tanta suerte como él y que esa misma noche invitaría a su mujer a cenar.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Prima de riesgo


Aquí os dejo un artículo que me pasó un amigo. Creo que no tiene ningún desperdicio.
Alemania lleva año y medio jugando con las primas de riesgo de los demás, pero el peligroso experimento parece habérsele ido de las manos. Lo que empezó siendo una estrategia para imponer disciplina en la zona euro ha acabado provocando una estampida inversora que deja sin financiación a empresas, bancos y Estados y alienta las dudas sobre la supervivencia del euro.
El 60% del PIB de la zona euro (España, Italia, Francia, Bélgica, Grecia, Portugal e Irlanda) se encuentra ya aquejado por un virus que la irresponsabilidad de Berlín, la negligencia de Bruselas y la indiferencia de Fráncfort han transformado en amenaza letal para la economía del planeta.
Ayer mismo, el presidente de EE UU imploró de nuevo a Europa una solución a la crisis de la deuda soberana. "Es un problema de voluntad política, no técnico", tuvo que recordar Barack Obama. Y, en palabras que deberían haber dicho el presidente de la Comisión Europea (José Manuel Barroso) o el del Consejo Europeo (Herman Van Rompuy), el presidente estadounidense rogó a los Gobiernos europeos que demuestren de una vez por todas que "están dispuestos a respaldar el proyecto europeo".
Las crecientes dudas sobre ese respaldo figuran entre las principales causas del actual castigo de los inversores a una Unión Monetaria que se ha colocado a sí misma a merced de los vaivenes financieros. Resulta difícil encontrar precedentes de una crisis alimentada por las mismas autoridades que, teóricamente, deberían combatirla. Pero eso ocurre en la zona euro, donde el principal accionista, Alemania, cuestiona deliberadamente la salud financiera del resto de socios para imponerles ciertas condiciones.
La estrategia se puso en marcha a principios de 2010, cuando se comprobó que Grecia no podría financiarse por sí misma y necesitaría ayuda de la zona euro. A partir de ese momento, la Comisión Europea intentó contener las repercusiones del virus griego en la prima de riesgo de la deuda soberana del resto de países de la Unión, mientras que "declaraciones contundentes desde Alemania empujaban de nuevo los tipos de interés hacia arriba", según un análisis publicado entonces por el Centre for European Policy Studies, un instituto de estudios con sede en Bruselas.
El Gobierno alemán ha reconocido después que las primas de riesgo se han convertido en su principal instrumento de disciplina tras el repetido fracaso del Pacto de Estabilidad. Y Berlín la utiliza sin miramientos, frustrando cualquier relajación en el mercado de la deuda a base de alarmas sobre los ajustes pendientes en algún país o poniendo trabas a los mecanismos de rescate creados por la Unión. Alemania ha llevado su estrategia hasta el extremo de exigir que las emisiones de bonos de los países del euro incorporen a partir de 2013 las mismas cláusulas que alertan a los inversores en países emergentes sobre un posible impago.
Sin cuartel
No ha sido el único susto a los inversores en renta fija, un término que se ha convertido en papel mojado en la zona euro. Berlín también ha impuesto una quita del 50% a los tenedores de bonos griegos y ha dejado claro que la salida del euro es una posibilidad, lo que desencadenaría en el país expulsado una reestructuración de casi el 90%. Para colmo, la Autoridad Bancaria Europea ha obligado a las entidades financieras a computar la deuda pública de la zona euro a precio de mercado, estigmatizando una inversión considerada hasta ahora completamente segura.
El objetivo de Alemania parece ser una reforma del Tratado de la UE que erradique definitivamente los números rojos en la zona euro. Merkel se mostró ayer incluso dispuesta "a perder soberanía" en aras de ese nuevo marco. Y Van Rompuy adelantó ante el Parlamento Europeo que el futuro tratado, negociable durante 2012, podría incluir una mayor integración fiscal entre los países del euro que lo acepten y castigos como la retirada del voto a los socios más díscolos.
La cuestión es si la zona euro llegará viva a ese tratado o reventará con la imparable escalada de los tipos de interés de la deuda soberana. El juego de Merkel con la prima ha llegado tan lejos que incluso Alemania podría acabar pagándolo caro. El presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, lanzó ayer el primer contraataque contra un bund alemán cuya fortaleza parecía incuestionable. "La deuda de Alemania es más alta que la de España 83% del PIB frente al 61%. Es preocupante, pero aquí nadie quiere darse cuenta", declaró Juncker a un diario de Bonn. Si la rebelión se generaliza, quizá Berlín tenga que parar el juego mucho antes de lo que desearía.

Bernardo de Miguel
cincodias.com

viernes, 18 de noviembre de 2011

Egosurfing

La necesidad humana de reconocimiento tiene nombre y características propias para los usuarios de Internet.
 
En 1995, la revista Wired definía por primera vez ‘egosurfing’ como la búsqueda de Internet, en bases de datos, en medios escritos y en otros documentos menciones del propio nombre.

El término ha sido acuñado por Sean Carton, especializado en medios interactivos, y fue añadido al Dicccionario de Inglés Oxford en 2011.

La manera más sencilla de realizar ‘egosurfing’ es ‘googleizarnos’, es decir, buscar nuestro nombre y apellidos en el buscador Google.

Hay un paso más para quienes sienten la necesidad de controlar más de cerca su aparición en la Red, y es crear alertas en Google y Yahoo para recibir un aviso cuando se publican nuevos contenidos relacionados con su nombre.

El que no ha buscado alguna vez su propio nombre en Google, tire la primera piedra. Según una encuesta de 2007 realizada por Pew Internet, al menos un 47% de los adultos que usan Internet ha practicado alguna vez ‘egosurfing’, también conocido como ‘vanity searching’.
 
Fuentes: Muy interesante
© Protestante Digital 2011

jueves, 17 de noviembre de 2011

Menelik


Las trompetas que anunciaban una visita importante resonaron por todo el palacio. El anciano rey, que en ese momento se encontraba sentado en su escritorio, trabajando en uno de los libros en que estaba plasmando su enorme sabiduría, miró extrañado hacia la puerta del balcón, no esperaba visitas.

Pesadamente, se levantó mientras uno de sus súbditos apartaba hacia atrás la enorme silla, regalo del rey de Tarsis hacía ya 20 años. Se encaminó al balcón para comprobar a qué se debía tal revuelo mientras, en voz baja, maldecía. Le molestaba mucho que le importunasen mientras trabajaba. Los siervos ya estaban acostumbrados, la avanzada edad del rey le pasaba factura, y se estaba convirtiendo en un viejo gruñón.

Cuando vio los estandartes que portaban los abanderados, los atuendos de aquellos visitantes, el color de sus pieles, la belleza de los carros, los adornos de los caballos, la exótica belleza de las doncellas que entraban danzando a la ciudad de su padre, se le iluminó el rostro, se le aceleró el corazón. No era posible. Después de tantos años, al fin había vuelto. Ya pensaba que jamás volvería. Aún recordaba las bellas palabras que sirvieron de despedida.

“Volveré, amado mío. A tu lado he aprendido a amar al Dios verdadero, a amar la sabiduría, a amar la prudencia, a amar la vida, a amar a mi pueblo. Contigo he aprendido a amar a un hombre como a mi misma existencia. Amado mío, contigo he aprendido a amar.”

No pasaba un día en que no se le apareciera su dulce mirada, aquella bella cara, tan morena y tan bella como el Nogal tallado. Con aquellos labios de rubí, besándole las palabras que jamás olvidaría. Habían pasado más de 25 años. Seguramente habría envejecido, pero seguiría siendo la más bella de entre todas las hijas de Eva. Cuando una mujer es hermosa, en su vejez, la hermosura solamente crece, pues el corazón indómito de la doncella se transforma en pura dulzura, las arrugas son surcos de amor, las canas son hilos de plata. Lo había visto en su madre, su preciosa madre. Hasta el mismo momento en que murió, ella fue su ideal de mujer virtuosa. Y no solamente por su carácter afable, amoroso, responsable y cariñoso. Sino por su imponente belleza. Cuando una mujer bella, por dentro y por fuera, envejece, los años ponen valor y honra en sus cuerpos.

Ilusionado, dio orden de que le vistieran con sus mejores galas, que perfumaran su maltrecho cuerpo, que cepillaran sus cabellos y aceitaran su barba. Quería ser el rey que su amada recordaba, o al menos parecérsele lo más posible. El enfado y las maldiciones iniciales se convirtieron en ilusión, en esperanza, había rejuvenecido de golpe aquellos 25 años que le separaban de aquella despedida.

Apenas una hora después, el poderoso rey se encontraba sentado en su ornamentado trono. No había ningún trono como aquel en toda la Tierra, como tampoco había ningún reino tan poderoso como el suyo, ni un rey tan sabio gobernando sobre nación alguna de entre los hijos de los hombres. Los soldados, todos con sus armaduras inmaculadas, sus escudos de broce bruñido, sus lanzas esbeltas y recién pulidas, sus cascos dorados, sus capas de lino. Los leones que flanqueaban las escaleras del gran trono brillaban como el día en que fueron esculpidos. El mayor rey del mundo, anciano pero tan ilusionado como un adolescente, contemplaba cómo entraban al salón del trono la corte que portaba tan bello estandarte mientras apoyaba su arrugada mano en el pomo de su preciada espada negra. Las doncellas danzaban, los soldados portaban sus galas, los esclavos traían regalos preciosos que dejaban a los pies del rey. Animales exóticos eran ofrecidos al monarca, oro, plata, piedras preciosas, instrumentos musicales, sedas, perfumes, marfil… Todo era poco para agasajar al más sabio de entre los hombres, al mayor rey, al envidiado de los poderosos.

Cuando el espectáculo de los presentes hubo concluido, entró el portavoz de los invitados, ataviado con una túnica de seda de colores vivos.

- Gran señor, el sabio Salomón, rey de Israel.- El portavoz avanzó lentamente, tan ceremoniosamente como pudo mientras continuó hablando con grandes gritos y mayores aspavientos- Desde las lejanas regiones de África, muy al sur, llega su invitado, el príncipe de Saba, el hijo de la reina Makeda,  ¡el gran Menelik!

Salomón se levantó, sorprendido. Él esperaba a su amada, la reina de Saba, la belleza de ébano. Y en su lugar, se presentaba ante él su hijo.

Entonces entró el joven. Era alto, fuerte, una hermosa cascada de rizado pelo cubría su cabeza, vestía como un rey. Su piel, tostada, era algo más clara que la de sus conciudadanos. Un peto de oro, unos brazaletes de platino, el cinturón con la cabeza de un león. En su frente, una diadema de oro con piedras preciosas adornaba su regia testa. La perilla culminaba en un aro de oro. Muslos fuertes, mirada inteligente, andar seguro. Aquel era el digno hijo de su poderosa y bella madre. Avanzó con andar firme, denotaba prudencia y decisión. Se paró frente al rey, hincó su rodilla en tierra y miró a los ojos al anciano.

-Gran rey Salomón, soy Menelik, hijo de Makeda, reina de Saba.- Sostuvo la mirada al rey, que permanecía de pie, con una mano apoyada en el trono y la otra sosteniendo aún el pomo de la espada. Levemente y por una fracción de segundo, al príncipe se le fue la vista al arma. La mirada del rey denotaba confusión.- Vengo en nombre de mi madre, que le guarda mucho respeto, honor y amor. Ella me ha enviado para aprender de tu sabiduría y poder llegar a convertirme en un buen gobernante para mi pueblo, en aquel que la nación de Saba se merece, con el favor de Dios y de los hombres.

Salomón estaba nervioso, muy nervioso. Comprendía perfectamente qué estaba ocurriendo allí. El joven debía contar con veintialgunas primaveras, su tez era clara, mucho más clara que la de su madre, si mal no recordaba. Sus cabellos no eran tan negros. Y lo más inquietante de todo, sus ojos contaban con un brillo, una inteligencia, una sensatez que no venían del sur. Incluso el color de aquellos ojos era exactamente igual al de su padre, David. Menelik, príncipe de Saba, era su propio retoño.

Su madre, la reina de Saba, aquella que había agradado las noches de Salomón, le había llevado ante su amante para que aprendiera del más sabio, del más poderoso, del más ingenioso, del mejor. Los siguientes meses, Menelik los pasó aprendiendo de la mano de Salomón. Era evidente que sabía que se trataba de su auténtico padre, pero en ningún momento le sorprendió, estaba claro que lo sabía desde antes de salir de su hogar. Allí aprendió acerca del dios de los israelitas, del que tanto le había hablado su madre, de las palabras que salían de los labios del Gran Rey, aprendió a resolver conflictos, aprendió nociones de estrategia, de arquitectura, de justicia, de todo aquello que necesitaba para ser un gran monarca cuando volviera a su tierra. Salomón tampoco le reconoció que había descubierto su secreto, pero en cambio le trataba incluso mejor que a sus propios hijos.

Y llegó el día en que Menelik tuvo que abandonar a su padre para dirigirse al sur, al lugar en donde pondría en práctica aquello que había aprendido de mano del mejor. Allí se convertiría en el mayor rey que Saba jamás tuvo, en la envidia no solamente de África, sino de todo el mundo.

Antes de su partida, pidió al rey si podía ordenar construir una réplica del Arca de Dios, de aquel que construyó Moisés en el desierto y que residía en el Templo, del lugar donde habitaba el mismo Dios creador de los cielos y de la tierra. Se lo pidió en nombre del amor que profesaba a su madre, diciendo que a ella le encantaría tener eso para rendir culto al dios que ella había conocido del tiempo que pasó con Salomón, el hijo de David.

Menelik salía, escoltado por miles de soldados, algunos propios, otros enviados por Salomón para guiar al hijo de su amor, y al suyo propio al lugar donde pertenecía. Miles de presentes, símbolo de la amistad de los pueblos y del amor de los gobernantes se dirigían al sur portados por el fruto de su pasión. El corazón de Menelik estaba mucho más que satisfecho. Había aprendido mucho más de lo que esperaba, se sentía preparado para suceder a su madre en la ardua tarea de capitanear a sus muchedumbres hacia un futuro mejor, había aprendido a seguir, respetar y agradar al Dios Verdadero y volvía a casa con el Arca de la Alianza. Con la auténtica. La había cambiado por la falsa en una misión nocturna y cargada de traición, pero así es como debería ser. Había contemplado con sus propios ojos cómo Salomón guiaba a su pueblo tras falsos dioses por influencias de su multitud de mujeres, ese rey no era digno de ser el del pueblo elegido por Dios, él convertiría al pueblo de Saba en aquel en el cual debía caer la bendición de Dios, y convertiría a su pueblo en el elegido por Yahweh de entonces en adelante. Construiría un templo aún más majestuoso que el de su padre y todos se rendirían ante este dios del que le habló su madre. Pero aquello no era todo lo que se había llevado, la traición del hijo secreto de Salomón iba mucho más allá.

Desde su balcón, Salomón veía partir a aquel hijo que, hasta hacía varios meses, ni siquiera sabía que existía, y ahora era tan amado por su anciano corazón como el mismo Jeroboam. Portaba regalos a su amada, la réplica del Arca, soldados, honores. Pero todo era poco. Aquel rey sería sabio, capaz, audaz, poderoso. Aquel rey daría honor a su amada madre, incluso a él, su padre.

Esa misma tarde, Salomón ordenó a sus criados que le vistieran con el atuendo del rey, debía juzgar sobre su reino, esa era su tarea. Cuando fue a completar su regia imagen con la negra espada, símbolo de su poder, el regalo más preciado que le había legado su padre, vio que no estaba. Desesperado, la buscó por todos lados.

El joven se había llevado, rumbo al sur, a las verdes y frondosas tierras de Saba. Salomón supo en aquel momento que, por encima del plan de Menelik de instruirse, de aprender, de conseguir una copia del Arca, por encima del conocimiento o del saber. Aquel era el plan de Makeda. Ella había aprendido cuando estuvo entre sus brazos, alojada debajo de sus sábanas, la importancia de la sabiduría del rey, de su confianza en Dios, de la benevolencia para con su pueblo, pero también había conocido el poder de “La Rosa”. La espada que guía al mundo. Esa mujer le había dado un hijo, un digno hijo, pero le había robado el poder. 

Ahora lo sabía. Aquel reino, el mayor de toda la tierra, hasta ahora seguro bajo su trono, no sobreviviría a él.

Y en el sur se erigiría una civilización, sobre el poder del príncipe y su espada, que se levantaría como un león sobre la tierra, que despedazaría a sus enemigos y que miles de años después seguiría rugiendo con toda su fuerza.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Jotta A.

Hace un tiempo ví este vídeo. Es de un niño que participa en un programa del tipo "Tú si que vales" de Brasil, y la verdad es que no puedo escucharlo sin que se me pongan los pelos de punta. Una voz impresionante, una de las más increíbles que he oído en mi vida, además de cantar canciones con tanto sentido, al menos para mí.

Ahí os lo dejo para que lo disfrutéis.


martes, 15 de noviembre de 2011

El Dinero I: Trueque


Un día había un ganadero que tenía cabras. Se dedicaba a criarlas y a protegerlas. Ponía todo su empeño en que estuvieran sanas y salvas, que crecieran fuertes. Porque él vivía de ellas. 

Entonces se encontró a un agricultor. Este agricultor cultivaba trigo. El trigo sirve para hacer pan, entre otras cosas. Así que el ganadero pensó que sería una buena idea el cambiar alguna de sus cabras para poder tener trigo con el que hacer pan. Así mejoraría su dieta, y podría mojar en el delicioso caldo que dejaba el guiso de sus cabras. Así que llegaron a un acuerdo. 

Entonces conoció a un herrero. Este herrero hacía herraduras y herramientas de todo tipo. El ganadero no necesitaba herraduras, pues no tenía caballos, ni herramientas. Así que el herrero se quedó no consiguió ninguna cabra. Pero el agricultor sí que reclamó sus servicios. Cambió parte de su producción por herramientas para labrar la tierra, y por herraduras para el caballo que tiraba del arado. Entre ellos eran felices, se las arreglaban bien. Entonces llegó un artesano que hacía vasijas que podían utilizar todos para conseguir agua, y se encontraron con un leñador que les aprovisionaba de madera para el invierno y para cocinarse los guisos de cabra con pan que hacían en las cazuelas que hacía mañosamente el herrero. Estaba bien, pero era cada vez más complicado el mercado.

Todo cambió cuando llegó a la incipiente tribu un comerciante. Traía sedas, perfumes y animales de lugares lejanos. El ganadero le compró un paño para su mujer por una cabra, el agricultor adquirió por tres sacos de lana un simpático mono y el artesano cambió una bella tinaja por un frasco de perfume. Entonces el comerciante se dio cuenta que el viaje sería bastante más duro teniendo que cuidar una cabra por el camino mientras cargaba a la espalda dos sacos de trigo y una tinaja. Tuvo tiempo de acordarse de los que le habían vendido todo aquello, incluso de mentar a sus respectivas familias.

Llegó al siguiente pueblo. Era un lugar cercano a una mina de oro. Tenían pequeñas piezas que valían tanto como todo lo que él llevaba pesadamente. Tremendamente cansado del camino, lo vendió todo por unas cuantas piedrecitas de ese material brillante y ligero. Y con ello volvió al pueblo, donde compró el doble de cosas a los aldeanos que, hipnotizados por el dorado brillo, se dejaron cautivar.

Ahora el comerciante tenía 2 cabras, 4 sacos de trigo y 2 tinajas. Había hecho un negocio redondo. Vendió la mitad para comprarle a un carpintero recién llegado al pueblo un carro para que fuera más sencillo el transporte. Usó el carro para llevar sus bienes al pueblo de las pepitas brillantes. Repitió la operación.

Vio que era mucho más sencillo el viaje de vuelta en el que solamente cargaba unas pocas piedrecitas que el de ida, en el que debía encargarse de muchos bienes.

En el pueblo de nuestros amigos, el agricultor invitó a cenar al herrero, que probó el guiso exquisito de cabra con pan untado. Se enamoró del sabor. Él solamente comía pan que le cambiaba el agricultor por sus herramientas. No tenía nada que le pudiera servir al ganadero para que se lo cambiara por una cabra. Entonces recordó la piedrecita de oro que tenía. Había herrado el caballo de aquel comerciante, y a cambio le había dado aquella preciosidad. Quizá el ganadero la quisiera. Realmente deseaba aquel suculento plato de cabra cada noche en su mesa, mesa que había comprado al nuevo, al carpintero, a cambio de un buen martillo, unos clavos y un serrucho. El ganadero, encantado con la oferta del herrero, le cambió la dorada piedrecita por una cabra. De hecho, le ofreció la cabra más gorda de su rebaño si a cambio le hacía una señal en el oro para que todos supieran que era suyo.

Poco a poco, a la gente le fue gustando más y más aquellas piedrecitas que traía el comerciante y que, como a todo el mundo le gustaban, todos las aceptaban. Si el artesano cambiaba sus tinajas por oro al carpintero, y ese oro se lo cambiaba al leñador por madera para cocer sus obras, nadie salía perdiendo, y sin embargo, era mucho más sencillo, el valor de todo era el oro. No tenían que complicarse pensando cuántos sacos de trigo valía cada cabra, o cuantas tinajas se necesitaban para comprar un carro.

Pronto, todos los comerciantes, compraban y vendían en oro, sabiendo que era muy fácil de transportar, a todo el mundo le gustaba e incluso tenían la posibilidad de dejar su señal en él.

Y así nació el dinero.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La paradoja


La paradoja de nuestros tiempos en la historia es que tenemos:
Edificios más grandes, pero almas más pequeñas,
Autovías más anchas, pero mentes más estrechas.
Gastamos más, pero tenemos menos;
Compramos más, pero nos alegramos menos.
Tenemos casas más grandes pero familias más pequeñas,
Tenemos más accesorios, pero menos tiempo;
Tenemos más cargos, pero menos mente
Más conocimientos, pero menos juicio
Más expertos y, sin embargo, más problemas
Más medicina pero menos salud.
Bebemos demasiado, fumamos demasiado, gastamos demasiado con demasiada imprudencia,
Reímos demasiado poco,
Conducimos demasiado deprisa,
Nos acostamos demasiado tarde, nos despertamos demasiado cansados,
Leemos demasiado poco, vemos demasiado la tele y rezamos raramente
Hemos multiplicado nuestras fortunas pero hemos reducido nuestros valores.
Hablamos demasiado, amamos rara vez y odiamos demasiado a menudo.
Hemos aprendido cómo ganarnos la existencia pero no cómo vivir nuestra vida,
Hemos añadido años a la vida, pero no vida a los años,
Hemos llegado hasta la luna y atrás pero tenemos problemas cuando tenemos que cruzar una calle y conocer a un vecino.
Hemos conquistado el espacio cósmico, pero no el interior.
Hemos hecho cosas mayores, pero no mejores.
Hemos limpiado el aire, pero hemos contaminado el suelo.
Hemos conquistado el átomo, pero no nuestros prejuicios.
Escribimos más, pero aprendemos menos.
Planeamos más cosas, pero realizamos demasiado pocas.
Hemos aprendido a tener prisa, pero no a esperar.

Hemos fabricado más ordenadores que sostengan más información, que produzcan más copias que nunca, pero nos comunicamos cada vez menos.
Estos son los tiempos de las comidas rápidas y de la digestión lenta; de los grandes hombres y de los caracteres mezquinos, de los beneficios rápidos y de las relaciones superficiales.
Estos son los tiempos en los que tenemos dos sueldos y más divorcios,
Casas más bellas, pero hogares rotos.
Estos son los tiempos en los que tenemos pañales de uso único, moral barata, aventuras de una noche, cuerpos demasiado pesados y pastillas que te inducen a cualquier estado, desde la alegría a la tranquilidad y a la muerte.
Son unos tiempos en los que hay demasiadas vitrinas, pero nada en el interior.

viernes, 11 de noviembre de 2011

El Infierno III: Pagado


Infierno. Es una palabra terrible para designar algo aún más terrorífico. Hemos crecido en un país en que el Infierno y el Cielo ha sido usado durante demasiado tiempo como un medio para atemorizar a la gente y mantener el control sobre la masa. El Infierno al servicio del poder. Durante milenios nuestros antepasados han pensado que era mucho mejor dejar de lado lo que pase en esta tierra, olvidarnos de las injusticias, enfocarnos en lo que pasará después de morir, en cuál es el lugar en que habitarán nuestras almas en el más allá.

La pura verdad es que se ha mentido mucho a lo largo del tiempo en este sentido, se ha falseado lo que decía la Biblia a favor de aquellos que se negaban a soltar ni un ápice de su férreo control sobre sus súbditos. Pero el caso es que todas estas mentiras, todas estas manipulaciones, toda la falsedad que se ha echado sobre el infierno no cambia la realidad de su existencia. Cosa que, por supuesto, no quita valor de lo que ocurra aquí, y no nos autoriza a no preocuparnos por la justicia y el bienestar nuestro y de los que nos rodean.

Hace un par de semanas, tuve una conversación muy interesante con un musulmán. Siempre es de agradecer el encontrarse a alguien que no piensa lo mismo que uno y que, en cambio se ofrece a hablar, a compartir opiniones y creencias en un clima de concordia y respeto. Gran parte de nuestra conversación se basó en el tema de la justicia divina.

Como hablábamos el otro día, el pecado es algo mucho más importante y trascendente de lo que pensamos, se trata ni más ni menos de la falta al mayor ser del universo, a la mayor autoridad, es una falta elevada al infinito. Por lo tanto, la justa paga por esto también debe ser infinita, así es la justicia.

Este chico me decía que cuando haces algo malo, lo que debes hacer es pedir perdón, cosa con la que estoy de acuerdo. Y que si la persona a la que has hecho eso malo te perdona, entonces Dios te perdona, asunto resuelto. En eso ya no estoy de acuerdo. Cuando haces algo mal, no solamente estás faltando a esa persona, también estás fallando severamente a la Ley de Dios. Esto significa que la aparente pequeña falta, se convierte en algo tremendamente grave. Está bien, es más, es necesario, que pidas perdón a aquella persona a la que hiciste algo malo, pero eso no cambia la situación terrible en la que te encuentras por haber faltado a esta ley. En la Biblia dice claramente que la paga del pecado es la muerte. Y no se refiere únicamente a la muerte física, sino a la espiritual. La paga del pecado, como falta infinita y eterna, es un castigo infinito y eterno.

Si Dios se limitara a perdonar los pecados sin más, estaría siendo injusto. El arrepentimiento no es suficiente. Si tienes una deuda con el banco, no basta con que vayas y le pidas perdón al director, debes pagar. Por la sencilla razón que si tu no pagas, ellos tendrán que asumir esa deuda.

Esta es la tremenda diferencia del cristianismo bíblico y el resto de las “religiones”. Mientras el resto de las religiones tratan de salvar este tremendo obstáculo con una serie de “cosas buenas”, conocimientos trascendentes o algún tipo de vía de trascendencia, el cristianismo real parte de la base de nuestra incapacidad de pagar por nuestras faltas, de nuestra imposibilidad de escapar de esta sentencia eterna y justa que pesa sobre nuestras cabezas.

Pero no son todas malas noticias. Es verdad que no podemos hacer nada, es cierto que la justa sentencia que merecemos es el castigo eterno, porque todos somos malos, absolutamente todos. Pero la feliz verdad es que ya está pagado. Es curioso que mientras Jesús, el mismo Juez pagando la justa sentencia, estaba colgado en una cruz hace casi 2000 años, pronunció una frase restringida al mundo monetario y de los banqueros. “La deuda está saldada”.

Ya está. Hecho. 

El infierno es escalofriantemente real. Contra el poder de su fuego, de su justicia, de su potencia no podemos hacer nada, absolutamente nada. Pero lo cierto es que, a pesar que no lo merecíamos, Aquel que debía hacer caer sobre nosotros su justa ira, ya pagó por eso. Con solamente aceptar este regalo de amor, de justicia, de infinita misericordia, el infierno perderá todo su poder, su justicia será satisfecha. Y sus puertas serán cerradas para siempre.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Espiritualidad masónica

Según el primer Barómetro sobre las creencias religiosas de los masones españoles elaborado por la Gran Logia de España, que se acaba de publicar este pasada semana, el 97,3 por ciento es de alguna forma creyente y sólo un 2,7 por ciento se considera no creyente (aunque ninguno se define como ateo).

De los creyentes, el 32 por ciento se declara cristiano y el 11,6 por ciento se define como católico.

El estudio está basado en la misma metodología que el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y dice tener por objetivo acercarse a la sociedad masónica para eliminar "visiones deformadas".

La Gran Logia de España ha realizado el Barómetro a partir de las 152 encuestas a las que han respondido otros tantos miembros de la esta logia, que afirma tener 3.000 miembros.

 MÁS RESULTADOS
Los resultados del barómetro muestran que el 35,4 por ciento de los masones en España se consideran personas "espirituales sin adscripción a ninguna religión"; un 4,1 por ciento, budistas;  un 6,1 por ciento protestantes (de ellos, un 2,7 por ciento anglicanos) ; otro 2,7 por ciento, no creyentes (pero nunca ateos); un 2 por ciento, judíos; y el 2,7 por ciento restante, creyentes de otra religión.
 
© Protestante Digital 2011
 

martes, 8 de noviembre de 2011

Yo


“Desde el día en que fui concebido, lo supe. Había sido engendrado para dominar, para que el mundo conociera mi nombre y para que todos se rindieran a mi voluntad. Todos y cada uno de los vivientes han de doblegarse a mi mandato, sin rechistar.”

Se levantó de su escritorio, con ímpetu, con determinación. Parecía que las palabras que venían a continuación iban a ser la declaración más importante de su existencia. Cerró los ojos, mientras levantaba los brazos hacia el cielo.

“El temor a mi poder hará que todos me teman, que cada alma se obligue a amarme por miedo a mis represalias, a mi magnificencia.”

“Los gobiernos rechazarán su poder en mi favor, los políticos comprenderán que fuera de mí no hay opción posible, que deben unirse al supremo poder que ostento o sencillamente perecer. Nada valdrán los votos, nada la opinión de la masa manipulable e idiotizable, nada de la demagogia barata, nada de los engaños basados en sutilezas, solamente contará una cosa, YO. Solamente YO seré la verdad, y lo que cuenta o lo que no cuenta dependerá de la pureza y la potencia de mi voluntad. Atrás habrán quedado los gritos por las calles pidiendo libertades que no saben disfrutar. Atrás habrán quedado los vicios colectivos influidos por los medios de ignorización. Atrás las mentiras en masa. Solamente una cosa será real, valiosa, auténtica. Mi voz. Mi orden. Mi presencia.”

YO.” 

Apuñaló con un fuerte puñetazo el escritorio del imponente despacho. Tras un pequeño silencio, continuó hablando mientras abría lentamente un cajón y observaba, de espaldas a sus asustados espectadores, su contenido.

“Las balas dejarán de silbar, las rojas flores de muerte dejarán de asesinar a los hombres por la avaricia y la codicia. Los proyectiles dejarán de destruir con explosiones cargadas de odio. Las minas dejarán de mutilar inocentes con la potencia de la amargura. La guerra cesará, porque ya no habrá necesidad de luchar por un bien mayor, por los intereses de nadie. YO los defenderé, YO velaré por ellos. Los tanques servirán para arar los campos, los aviones destructores llevarán la esperanza a los rincones del mundo. Las espadas serán fundidas para crear azadas que transformen los cráteres de la pasada ruina en fértiles campos de ilusión. La sumisión total a mí traerá bonanza a este mundo como jamás ha conocido. La única arma que será empuñada será la verdad, mi verdad, la que YO decrete. Y en base a este arma, el mundo será pacificado con determinación y sin dudar.”

Introdujo la mano en el cajón y sacó una pistola que enseñó a sus invitados. Continuó hablando mientras la observaba detenidamente y jugueteaba con ella.

“Los sacerdotes dejarán de existir, la fe dejará de ser necesaria para esta humanidad dolorida de latigazos. El culto a cualquier ser que use a sus siervos ignorantes para recibir la gloria que no le merece será desterrada de entre los hombres. La ciega vanidad de aquellos que dicen tratar de agradar a algún dios acabará. Las atrocidades cometidas en nombre de la fe claudicarán. La felicidad y la bendición de la humanidad vendrán de no volver a rendirse ante falsos dioses, de no volver a doblar rodilla ante un farsante más. Solamente YO seré digno de la adoración de todos. Solamente ante mí se inclinarán. Y lo harán. Todos. Ante el único digno de toda la alabanza, de toda la gloria, de toda la adoración, de todo el reconocimiento.”

YO.

Habiendo enfatizado conexagerada potencia la palabra “yo”, miró por última vez a la cara de cada uno de sus acompañantes, que le observaban estupefactos sin perder ni una de sus palabras. 

"YO he hablado."

Y entonces, con la misma determinación con que pronunció tan fuertes sentencias, se volvió, guió el cañón de su arma a su sien y apretó el gatillo, poniendo con un sordo y rojo sangre ruido fin a aquel discurso.

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