martes, 12 de julio de 2011

Camino de ida y vuelta

Cuando comenzamos el viaje, somos seres débiles, arrugados, completamente dependientes. Si tenemos valor alguno es por lo que seremos algún día, por lo que proporcionaremos a los demás, o al mundo. Porque la verdad es que, aunque cuando pasan unos días empezamos a ser más bonitos, hasta convertirnos en bebés preciosos, el caso es que poco más damos de nosotros mismos. Consumimos recursos, tiempo, cansancio. Comenzamos el camino como estorbos, estorbos con futuro, incluso bellos estorbos, pero estorbos al fin y al cabo.

Continuamos el camino, y vamos creciendo, vamos estorbando cada vez menos, siendo más independientes, más útiles a los demás. Nos educamos para poder, en un futuro, traer de una manera digna más estorbos a este mundo que crezcan y se conviertan en seres productivos.

Y en el centro de nuestra existencia, cuando tenemos hijos, cuando tenemos los recursos y las fuerzas para criarlos de la mejor manera posible, ahí es el momento en que concentramos nuestra identidad. Hemos nacido para ser esos, los humanos que pueden procrear y criar a su progenie de la mejor manera posible. Con conocimientos para ayudar a los demás a mejorar, para que nuestros vástagos tengan más oportunidades que nosotros, para mejorar como especie.

Continuamos nuestro camino y llegamos al momento en que nos jubilamos. Comenzamos a ser menos útiles. Aún, en muchos casos, somos independientes, incluso ayudamos y mucho a la sociedad, pero ya no es lo mismo. Ahora otros, aquellos a quienes nosotros ofrecimos todo para que sobrevivieran, son los que nos mantienen, los que nos ofrecen los recursos que ellos ganan con sus conocimientos y su trabajo, obtenido gracias a nuestro sacrificio. Aún podemos sobrevivir sin ayuda, podemos cuidar a nuestros nietos, ayudar en casa, incluso cuidar un huerto o pintar un muro. Pero la dependencia ya sobrevuela nuestras cabezas, y lo sabemos. Ya hemos perdido parte de nuestra identidad, y la idea de la muerte no nos deja en paz. Ahora parece que todo va hacia abajo.

Y al siguiente paso es cuando terminamos nuestro camino. Nos hemos arrugado, nos hemos hecho débiles, completamente dependientes. Si tenemos valor alguno es por lo que fuimos aún día, por lo que proporcionamos a los demás, o al mundo. Porque la verdad es que poco damos de nosotros mismos en este momento. Consumimos recursos, tiempo, cansancio. Terminamos el camino como estorbos, estorbos con pasado, incluso queridos estorbos, pero estorbos al fin y al cabo.

Y viendo la evidente simetría de nuestras vidas, que comenzamos pareciéndonos tanto en el momento de la vejez a los años de ser bebés, me pregunto, ¿podrá ser que nuestro estado real, el estado en el que concentramos nuestra identidad, no sea sino un trámite para volver a nuestro estado natural, el de consumidor dependiente de recursos?. Es posible que este planteamiento parezca una tontería, pero, ¿y si nos hemos equivocado al poner nuestra identidad en el ser humano adulto, fuerte, capaz, independiente, y nuestra verdadera naturaleza es la de bebé, la de anciano?. ¿Y si nuestra vida es un fugaz camino vagando por la lucidez, por la fuerza, solamente para volver a la inocencia, a la debilidad al final de la que partimos cuando nacemos?. ¿Si nuestro verdadero estado es el de estorbos, estorbos capaces, estorbos inteligentes, pero estorbos al fin y al cabo?.

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