sábado, 2 de abril de 2011

Salud, dinero y amor

Hace unos años, estaba yo con mi madre haciendo la compra en un supermercado e íbamos hablando de cuando yo era pequeño. Le comenté que uno de los recuerdos más felices que tengo de cuando era niño es cuando mi madre nos juntaba a mi hermano mayor y a mí en la bañera por las noches, y, en medio de nuestros juegos con el agua y nuestros muñecos, ella llegaba con un bol de leche caliente con pan migado. Se sentaba junto a la bañera y nos iba dando una cucharada a cada uno, mientras proseguíamos con nuestros mundos acuáticos imaginarios. Le dije que aquel era uno de los recuerdos más felices de mi niñez. Rememorar los momentos en que estaba ahí ahí con mi hermano jugando en la bañera con mi madre al lado dándonos la cena realmente me hace feliz. El recuerdo del sabor del pan con la leche es realmente dulce en mi memoria.

Cuando le contaba esto a mi madre, se le humedecieron los ojos. Después que hubiera terminado de narrarle mi recuerdo, con los ojos llorosos y la voz temblorosa me preguntó: “cariño, ¿sabes porqué os daba de cenar leche con pan?”. Cuando vio que la miraba extrañado, me contestó: “porque no tenía nada más para daros.”

Saliendo de la trágica situación de una madre que no tiene más que pan y leche para alimentar a sus hijos, aún en medio de la desesperación que ella seguramente estuviera pasando en esos momentos, yo recuerdo que era completamente feliz. Para mí todo era perfecto. Yo no necesitaba más que aquello. Un filete o un plato de patatas fritas no me habrían hecho más feliz, de hecho, dudo que hubiera habido nada que, al menos en mi recuerdo, me hubiera sabido mejor. Quizá por mi ignorancia y mi inocencia, pero yo era feliz en la escasez.

Esto me hace pensar un poco en el concepto de la felicidad. Hay muchos baremos que se pueden usar para medir la felicidad y así, por ejemplo, intentar ver en qué país la gente es más feliz o en qué pueblo de España debemos irnos a vivir para ser más dichosos, pero no creo que sea en alguna manera contabilizable el índice de felicidad de una persona. Es como el caso que me contaba ayer una amiga que un chico le había dicho que la quería un 85%, la sola idea de porcentuar el amor me parece algo insultante a este sentimiento.

Pero tomando alguno de estos baremos, he visto que una de las maneras en que se suele contabilizar la felicidad es en relación al nivel de aprovechamiento de los recursos existentes en cada país. Así, el número uno según este baremo es Vanuatu seguido de Colombia y Costa Rica. España aparece en el puesto número 87 del mundo y Estados Unidos en el 150.

No se hasta qué punto será representativa de la realidad esta tabla, pero me hace pensar. Buscando en los recuerdos y encontrando aquella historia de dos niños en una bañera siendo alimentados con leche y pan, me doy cuenta que la abundancia no da la felicidad, más felicidad da el saber aprovechar lo que se tiene. Hace poco hablábamos de algunos datos que nos dicen la cantidad de gente que vive con menos de un euro al día. ¿Ellos son menos felices que nosotros?, seguramente, como norma, no lo sean.

La famosa canción en que se nos presentan las tres cosas de la vida como “salud, dinero y amor” es un referente de la tendencia a pensar en la felicidad. Si tenemos estas tres cosas, estaremos completos, ya no necesitaremos nada más. Yo no creo que sea así. Pienso que, muchas veces, la felicidad no depende de lo que tienes, ya sea en el campo del dinero, del amor o de la salud, sino qué haces con lo que ya tienes. Es más importante saber apreciar lo que posees y administrarlo de una manera sabia que el tener mucha salud, una cuenta corriente con muchos ceros o una novia que te quiera más que a su vida.

Pero yo creo que más que todo esto, tu felicidad depende de en qué o en quién confíes para alcanzarla, en qué será tu bastón, tu apoyo. He visto a mucha gente, incluyéndome a mí mismo muchas veces, hundido por haber confiado en la persona equivocada. Porque hay una cosa que está clara, todos fallamos alguna vez, todo el mundo va a fracasar si intenta ser un ejemplo perfecto o alguien digno de total confianza.

Para ser feliz, necesitas ser consciente de lo que tienes, saber valorarlo y apreciarlo, aprender a aprovechar tus recursos de todo tipo al máximo, tener cerca a alguien que sepa apoyarte y comprenderte y elegir con mucho cuidado en quién confiarás. Alguien digno de completa fe, alguien que sepas que jamás te va a fallar. Yo ya he encontrado a esa persona.

Que seáis muy felices.

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