miércoles, 23 de febrero de 2011

La perla rota

Hagamos un ejercicio de imaginación. Cuarenta años han pasado en nuestra ciudad. La nieve ha seguido cayendo en invierno, las estaciones han continuado su curso, el mundo ha seguido cambiando, nosotros mismos hemos ido envejeciendo.

Hemos envejecido, y hoy dedicamos la soleada tarde de domingo a pasear por las ruinas de la ciudad de Béjar, por las calles que nos vieron crecer, que nos enseñaron a madurar, que nos hicieron caer y nos alentaron a levantar, por aquellas que nos acogieron cálidamente en la desnuda ignorancia del nacimiento y nos enseñaron a vivir, aquellas que, seguramente, disten mucho de ser las mejores, pero son las nuestras.



Y paseando, recordamos el pasado de Béjar viendo sus calles maltrechas, los restos apenas reconocibles de la antaño orgullosa ciudad textil, del ducado de un grande de España, de la perla roja de Castilla, de la cuna de grandes pensadores, de deportistas, de sabios, de ilustres artistas, de músicos, de humoristas, de ministros. Con sus telas abastecía a España de lanas, en sus calles se libraron revoluciones gloriosas, de ella se supo por su proverbial riqueza, albergó a una de las mayores juderías de Castilla, miró frente a frente a las ahora mayores ciudades de nuestro país, y les sostuvo la mirada.

Pero estas ruinas, que hablan de poder y gloria, nos hacen llorar de desesperación. Apenas son piedras derruidas, el paisaje imponente que recordábamos de niños fue suplantado por enormes edificios insulsos y desnudos, sin más honra que la horrenda ambición humana. Sus palacios, fábricas, murallas, calles fueron abandonados a las ratas y a la podredumbre. Vimos con nuestros propios ojos y sin mover un solo dedo cómo caían, roca a roca, inexorablemente, y ni nos molestamos en apartar las piedras de la calle.

Béjar tuvo orgullo, tuvo belleza exuberante, tuvo historia, tuvo gloria. Ya nada queda de aquello salvo el recuerdo.

Sus jóvenes tuvieron que irse buscando pan dejando atrás su corazón. La que fuera hogar de miles de familias trabajadoras se transformó en un geriátrico cuyos ocupantes fueron cayendo como las hojas secas en otoño. Los ruidos de los niños jugando en los parques fueron sustituidos por el silencio más sepulcral. El turismo que pudo atraer la rica historia bejarana murió. Solo quedó una Cáparra sin valor envuelta en mastodónticos y horribles edificios vacíos. La ciudad se transformó en pueblo, y el pueblo en ruina. La vida se extinguió y no se supo más de ella.

Al ver la maleza cubriendo la ruina de las murallas, imaginamos que aquello es parecido a como estaba en tiempos en que Béjar fue tomada por los bereberes. Al ver al ganado pastando en plena Corredera, pensamos que así sería cuando aún poblaban nuestra tierra los Vettones, cuatro siglos antes de nuestra era. Parece como si la historia volviera a comenzar, parece que por nuestra estupidez y nuestra vaciedad hemos dejado escapar más de dos milenios de historia, sin sacar nada más que dolor y la consciencia de nuestra derrota y nuestra sepultura. Como pudimos ver en nuestros libros de historia cuando éramos niños, nuestros ojos son testigos de cómo el ciclo que atrapó a otras grandes joyas de la antigüedad nos engulle. Como ocurrió con los templos egipcios, con las colonias griegas, con el férreo control romano, y con tantos y tantos otros, después de nuestra gloria vino nuestra desgracia, y después, el olvido. Y todo por nuestra ineptitud.

Y lloramos por haber perdido nuestra tierra. Heredamos un paraíso y dejamos en herencia una yerma tierra, sin más consuelo que la memoria. Fuimos cómplices de cómo vendieron nuestras raíces a forasteros con vanas promesas, contribuimos a hacer de Béjar un campo de batalla entre colores que solo buscaban destruir los de nuestros montes, y cambiarlos por el vacuo gris, que únicamente ansiaban expoliarla. Y ahora nos lamentamos amargamente. Nos preocupamos más por buscar enemigos entre nosotros, culparnos unos a otros sin pararnos a razonar ni a pensar que por el bien y el progreso de la ciudad. Nos interesaba más ver a nuestros hermanos como enemigos y procurar acabar con ellos con mentiras y falsedades para acallar nuestra frustración por estar perdiéndolo todo que reconocer que no podemos hacerlo sin ellos y apoyarnos. Dimos prioridad a las ideas que nos vendieron extraños antes que a nuestro corazón. Y acabamos pagándolo.

Porque lo cierto es que sí tuvimos oportunidad de cesar esta atrocidad, en nuestras manos estuvo el atar las zarpas de los que querían robarnos, el conservar la vida y la belleza de nuestro entorno, el salvar el recuerdo de nuestros padres, el conseguir reaccionar ante la muerte de nuestra historia física, de nuestras fábricas, palacios, jardines históricos, la judería, las murallas, las antiguas calles cargadas de recuerdo vivo, el no rendidos ante el monstruo que devoraba nuestro trabajo y nuestro pan y obligaba a nuestros hijos a huir de su tierra.

“Si solo me hubiera dado cuenta antes”, nos decimos, derrotados. “Si hubiera conservado la fe en mi tierra, en la que recuerdo, en la verde, en su historia, en la orgullosa, en la grande.”

“Si hubiera pretendido dejar la mejor herencia a mis nietos, en lugar de permitir esta destrucción. Si hubiera apreciado la herencia de mis padres, no como un objeto que se compra y se vende, sino como la propiedad de mis hijos. Si no hubiera preferido estar de brazos cruzados mientras veía día a día, año a año, cómo destruían los colores de los montes que antaño me recibían cada mañana. Si no hubiera admitido estos pactos con el maligno y hubiera luchado por mi tierra y por mi alma...” Y estas lágrimas no nos salvarán de nuestra ruina. Hemos perdido la partida, agotado las monedas. Jamás volveremos a jugar. Solo quedará el dulce pasado y la amargura presente.

Y al volver de nuestro viaje imaginario, podemos ver que aún estamos a tiempo, que podemos luchar. Que nuestra tierra sigue siendo verde, que podemos hacer que nuestros nietos se sientan tan orgullosos de sus raíces como lo estuvieron nuestros abuelos.

Pero solo lo lograremos si conseguimos que no se cumpla este futuro. Si reaccionamos con determinación y unidad. Si dejamos de rendir cuentas a los colores que nos han sido impuestos desde afuera y que reclaman nuestra ruina mediante mentiras. Si dejamos de lado nuestra guerra fratricida para tratar de salir a flote. Si dejamos de tirar piedras a nuestros tejados por órdenes de afuera. Si, como un solo hombre, nos unimos para rescatar nuestra historia y nuestro recuerdo, tanto el físico como el cultural, dando honor a la ciudad de Béjar, Muy Noble, Muy Leal, Liberal y Heroica. Si no dejamos que nuestro verde manto caiga en manos de especuladores destructores de bosques, si no abandonamos a nuestra juventud y no los obligamos a abandonar su hogar por la incompetencia y la desidia de quienes deben velar por su bien.


Estamos a tiempo de recuperar nuestro papel de cabeza comarcal que tuvimos, debemos lograr una sanidad digna, una buena educación para nuestros hijos, tenemos que unirnos para que todo el mundo sepa que Béjar no ha muerto, que aún se puede invertir en nuestra tierra sin tener que destruir nuestros montes, que la riqueza de nuestro patrimonio volverá a resplandecer, que nos negamos a aceptar el futuro que nuestros ojos auguran. Porque yo creo que si nos deshacemos de las etiquetas y prejuicios que nos hemos ido poniendo, salvo de la de “bejaranos”, y comprendemos la fuerza que podemos tener todos juntos, lograremos ahuyentar el fantasma del fracaso y de la ruina que nos asola.

Este será nuestro futuro si no reaccionamos, inexorablemente así será nuestro mañana.

Seguramente ha habido mucho que se ha podido hacer en el pasado y no se ha hecho. Está claro que ya se ha causado mucho mal a Béjar, podemos ver calles de la zona histórica completamente abandonadas a su suerte, y cómo poco a poco van cayendo. Podemos sentirnos abatidos al ver que, tal y como está nuestra ciudad, el futuro que hemos imaginado está más cerca incluso que los cuarenta años que dimos de plazo. Podemos pensar que no llegamos a tiempo para salvarla. Mucho hemos perdido por este camino que hemos elegido vivir, demasiado tiempo hemos andado por la senda que conduce a la destrucción. Estamos a tiempo de evitarlo, estamos a tiempo de rescatarnos, estamos a tiempo de dar a nuestros descendientes la mejor herencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si volviera a nacer seria en Bejar.
Vanidoso ante todo.

Guillem (fundador del canaquismo y postpuerkismo)

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